domingo, 2 de abril de 2023

La Atalaya (capitulo 23)

 


A pesar de que los tres hermanos y su madre trabajaban, la situación de desabastecimiento y los elevados precios del mercado negro, hacia que cómo todo el mundo, tuvieran problemas para acceder a productos básicos. Roberto, que ya había regresado a Andújar, a través de José Villa les abastecía de lo que podía, que no era mucho, porque tenía muchos compromisos dentro de la capital hispalense. Además, había empezado a normalizar su relación con las familias que ocupaban las fincas sevillanas de las que era propietario y no les podía apretar más porque ya les había empezado a cobrar alquiler.

 Desde el mismo momento en que se conocieron, José Villa y José Morales dejaron claras las cosas para que el primero no tuviera problemas en una ciudad que era un patio de vecinos gigante. Nunca conocieron a sus respectivas familias, siempre se citaban en la zona de los Remedios o en la zona del cementerio de San Fernando, de tan triste recuerdo, aunque no para José Villa, franquista convencido. A pesar del enorme distanciamiento ideológico entre los dos, José Villa nunca mostró la arrogancia del vencedor, es más, conocía un poco la historia de Roberto y su relación con José: entendía la situación y siempre estuvo dispuesto a ayudar en lo que fuera. Fue José Morales el que siempre insistió en mantener esta relación con discreción: en ciertos círculos sevillanos, dónde además reinaba la figura omnipresente de don Fidel, no se hubiera entendido muy bien que el hermano mayor del Baratillo, exsargento condecorado de la Guardia Civil, se relacionara con un rojo, y además hijo de rojo.

El caso de don Fidel era distinto. Se había convertido en una enloquecida bestia ideológica, que desde el pulpito de la catedral espoleaba a los vencedores en su sagrada misión restauradora de los supuestos valores patrios. Había declarado una guerra sin cuartel a todo lo que pudiera ser sospecho de rojerío. Incluso se sabía que, periódicamente, visitaba al gobernador civil y jefe provincial del movimiento, camarada Fernando Coca de la Piñera, que unos años antes fue el impulsor de acto de desagravio patrio al desenterrar a las victimas de una de las mayores matanzas del comienza de la guerra: los “trenes de la muerte” de Vallecas. Al comienzo de la guerra, grupos de milicianos fusilaron a cerca de doscientos presos de derechas que llegaban a Madrid desde Jaén. José no tuvo nada que ver con este episodio: en esos días, el 5.º Regimiento estaba muy ocupado en la sierra de Guadarrama.

Gracias a su abnegado trabajo en Sevilla, pocos años más tarde Coca de la Piñera llegó a ser procurador en Cortes. A él, le entregaba personalmente una lista de “sospechosos” que era atendida con mucha atención y que en ocasiones llegaba al ministro secretario general del Movimiento con el que tenía línea directa. La lista estaba integrada no solo por supuestos rojos más o menos confirmados, también por prostitutas, homosexuales y cualquiera que atentara contra la moral católica según el estricto criterio de don Fidel y de la Iglesia Católica nacional. Coca de la Piñera, totalmente integrado en el aparato represor de la época, unas veces mandaba a la policía y otras a sus matones de Falange para que dieran palizas y escarmientos acordes con el supuesto delito cometido, aunque en ocasiones se les iba la mano y la víctima terminaba en el Guadalquivir haciéndolo pasar cómo suicidio. No pasaba nada, nadie iba a preguntar y mucho menos a protestar. Todo estaba justificado en defensa de Dios y de la patria. Incluso don Fidel bendecía a los que él llamaba “soldados de la fe”.

Sin ninguna duda, don Fidel pasaba por ser un hombre devoto, honorable, patriota y látigo despiadado de traidores, pero siempre olvidaba mencionar que, gracias a uno de ellos, que arriesgó su propia vida y la de su familia, él está vivo. Curiosamente, y cómo suele ocurrir, esas lecciones de rectitud moral que impartía no iban con él. En 1.947, cuándo se rumoreaba que podría llegar al obispado, una “sobrina” que vivía con él y que se ocupaba de las labores domesticas, le degolló mientras dormía por un ataque de celos cuándo descubrió que tenía a otra “sobrina” mantenida. Lógicamente, el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento de entonces, camarada Carlos Ruiz, que seguía con mucha aplicación los pasos de su antecesor, corrió un tupido velo sobre el asunto: la asesina desapareció sin dejar el más mínimo rastro. El “horrible” crimen fue achacado a un par de anarquistas que terminaron ante el pelotón de fusilamiento. Unos años más tarde, de manera fortuita, la verdadera historia llegó a oídos de José Morales. Cuándo se lo contó a su madre, una media sonrisa iluminó su rostro.

—«Parece que al final es verdad que todos terminamos rindiendo cuentas a Dios» —pensó con ironía.

José seguía trabajando en la Telefónica, pero cada día estaba más harto. Notaba que tenía un tapón delante que le impedía progresar en el trabajo, y ese tapón tenía su origen en Madrid, en la casa de la calle Narváez donde vivía su tía Carmela. Hace unos años, y gracias a sus influencias le facilito un trabajo, pero no estaba dispuesta a olvidar el pasado político de su sobrino.

Un día, a la salida del trabajo, varios compañeros habían quedado en el bodegón del Pez Espada, un bar cercano a la central de teléfonos de la capital hispalense, cuando otro compañero llegó. Este era famoso por su falta de luces, además de su vocabulario en ocasiones inconexo, que algunos mal intencionados achacaban a su origen: era de Lepe.

—Traigo notisias frescas, —dijo haciéndose el interesante.

—No me digas, —bromeo otro conocedor de la costumbre que tenía de dar “noticias importantes” de escaso fundamento—, y seguro que son importantes.

—Posí, ahora que lo dices lo son.

—Bueno, pues cuéntanos.

Pos como veo que os lo tomáis a pitorreo: a lo mejó no os lo cuento. ¡Ea!

—Venga, no te enfades y desembucha ya. 

Pos que menterao de fuentes firelinnas… que van a venir los americanos a España, —la noticia dejó momentáneamente a todos con la boca abierta.

—¡A ver! ¿Qué es eso de que vienen los americanos? —preguntó finalmente José cuando pudo reaccionar, como todos los demás.

Pos eso. Que los americanos van a venir a poné una fabrica en España.

—Pero ¿de qué cojones estás hablando?

Pos que van a poné una fábrica y que van a coger a mussa gente.

—¿Y de que es esa fábrica? Si puede saberse.

Pos de que va asé, de lo nuestro: cosa de teléfonos.

—¿Y se sabe cómo se llama esa empresa?

—Claro que sí. Es un nombre extranjero: Etandas o algo así.

—Será Standard

Ezo mesmo, —afirmó el avispado lepero.

—¡Vete a la mierda! Si esos ya están aquí hace muchos años.

—Que no joher, que man dicho que van a pagar más caquí poque necesitan gente.

—¿Qué pagan más?

—Que sí joher, que me lo ha dicho un amigo, que el cuñao de su primo trabaja allí.

—Pero vamos a ver zoquete. Los americanos están aquí desde hace casi veinte años. Standard era accionista de la Telefónica, —y bajando el tono de su voz, continuo— hasta que no sé por qué, Franco la compró, seguro que por un dineral…

—¡Ah! Eso fue cuando la nacionalizaron.

—Exacto.

—Da igual. Os repito que van a coge a mussa gente.

—Y ¿dices que van a pagar más?

—Que si joher. El lunes que viene empecian a contratar y tavía no lan anunciao. 

—¿Y eso?

—Porque quieren que entren primero los enteraos, ya mentendéis.

—Y ¿hay que llevar alguna recomendación?

—Que yo sepa no.

—Da igual, —afirmo José— si van a pagar más a mí me interesa. 

—Y a mí. Nosotros vamos, y si nos dicen que no…

—Pues nada, el no ya lo tenemos.

—Que no joher, que no pasa na, que me la dicho mi amigo.

—Pues como sea que no te voy a pegar una leche que te vas a jiñar.

¡Joher! Que no.

 


En 1.924, la ITT había creado en España la Compañía Telefónica Nacional de España de la que era la accionista mayoritaria. Dos años mas tarde, la matriz americana se convirtió en España en Standard Eléctrica, S.A. que trabajaba casi en exclusiva para la Telefónica, en la fabricación de equipos de comunicaciones y la instalación de centrales telefónicas.

Terminada la guerra civil, Franco acusó a ITT-Telefónica de haber colaborado con los republicanos y comenzó una serie de enfrentamientos diplomáticos con la empresa de Nueva York y el gobierno estadounidense. En las acusaciones Franco tenía razón, pero soslayó convenientemente el hecho de que Telefónica en realidad dio servicio en las dos zonas y a los dos bandos. Por lo tanto, era una excusa para hacerse con el control de la compañía, posiblemente aleccionado por los alemanes, que tenían planes para España, aprovechando que la concesión de 20 años expiraba y había que renovarla. Debido a este tira y afloja que duro varios años, ITT tuvo que renunciar, al menos temporalmente, a su proyecto de conectar Nueva York y Madrid con una línea radiotelegráfica. Finalmente, y según los alemanes perdían la guerra, Franco se fue separando de ellos y comenzó a entenderse otra vez con el gobierno estadounidense que exigió que se llegara a un acuerdo definitivo con la ITT.

Los contactos comenzaron los primeros días de diciembre en 1944 y varios meses después las partes habían alcanzado un acuerdo por el que se mantenía el monopolio, y la empresa se nacionalizaba. El 8 de mayo de 1945 se formalizó el contrato de venta al Estado español de las 318.641 acciones de Telefónica en manos de ITT. Se estableció como forma de pago en dólares, las cantidades de 98.752,22 en efectivo, un pagaré por 6,7 millones con vencimiento de 1 de diciembre de 1945 y 50 millones de deuda del Estado. De esta manera, el gobierno de Franco adquiría la compañía en una operación considerada por algunos especialistas de la época como «opción de prestigio del régimen con un interés económico dudoso». Por su parte, Standard Eléctrica, que había quedado fuera del acuerdo de venta, por contrato continuó cómo suministradora de material y equipo, y como instaladora de centrales. Estaba claro, que con la derrota de los que les ayudaron a ganar la guerra, Franco necesitaba apoyos en el exterior y lo encontró en EE. UU. Recientemente, documentos desclasificados en EE.UU. revelan que al comienzo del golpe, ITT financió con diez millones de dólares a los golpistas.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario