lunes, 26 de septiembre de 2022

Tiempo extra (capitulo 17)

 


 

Han pasado dieciocho años desde que una lluviosa y fría noche de otoño, vi la silueta de José Luis, recortarse con el contraluz de la iluminación nocturna de la calle donde estaba situado el club La Alondra. Muchas cosas han pasado en estos años, en los que inmersa en una burbuja de felicidad, pasé, de ser una puta esclavizada a convertirme en una galardonada y respetada líder mundial. Como le oí decir al catedrático de psicología de la Universidad de Columbia, Walter Mischell, durante una conferencia: «la felicidad es cuestión de voluntad». Aunque reconozco que lo que me ocurrió me ha dejado huella, tengo una firme voluntad de ser feliz y él me ayuda. Si dijera ahora que José Luis es el artífice, se enfadaría, y mucho, y no lo aceptaría. Lo negaría rotundamente y diría que todo lo que soy es por méritos propios, como el personaje de Conan que fue rey por méritos propios, una de esas cosas raras que pasan en los cómics y que por ejemplo en España, no pasan. Pero hay cosas que tengo claras, y una de ellas es que el siempre ha estado a mi lado, apoyándome, facilitándome las cosas y sobre todo amándome.


 

Hoy estamos en Washington, la Liga por la Dignidad ha convocado a sus lideres mundiales, y a todos sus seguidores norteamericanos, a un acto multitudinario en la explanada del obelisco, frente al Capitolio y la imponente estatua de Lincoln. El acto coincide con la asamblea general de la Organización Mundial de Comercio que pretende reformar el sistema económico internacional, con el que los perjudicados serán los pobres y los beneficiados los de siempre. Ha llegado el momento de plantar cara. No podemos seguir retrocediendo mientras ellos continúan avasallando los derechos y la dignidad de las personas, para engordar su cuenta de resultados, y todo, con la complicidad de los gobiernos occidentales, supuestos garantes de la libertad y la democracia.

Estoy un poco asustada, el lugar me impone y me emociona. Un 28 de agosto de 1.963, bajo la fría mirada pétrea de Lincoln, Martin Luther King, un gran americano, pronunció su maravilloso discurso: “He tenido un sueño”.

No sé si podré estar a su altura, si daré la talla. No creo, es imposible igualar a una figura tan descomunal cómo la suya. Desde el escenario, junto a personas que quiero y admiro, y gente de la farándula embarcados en proyectos humanitarios cómo Angelina, veo la enorme multitud de más de dos millones de personas que esperan expectantes mi discurso, rodeadas de miles de policías antidisturbios que miran con aprensión un gentío tan enorme.

Desde primera hora de la mañana, grupos de música y cantantes en solitario, se han ido alternando con oradores más o menos conocidos. Ha llegado el momento, me anuncian, me dirijo hacia el micrófono que tienen que bajarlo y comienzo a hablar.

—»Hace cuarenta años, en este mismo lugar y bajo la mirada inspiradora de Lincoln, un gran americano pronunció una verdad incuestionable: todos los seres humanos somos iguales, no importa el color de su piel, no importa ni su religión ni sus ideas políticas. Y yo os digo que esa es una verdad fundamental, que solo hay una única raza en el planeta: la raza humana. Él decía que los negros eran emigrantes en su propio país y nosotros no podemos ser emigrantes en nuestro precioso planeta. Este planeta, que es donde vivimos y el que nos da de comer, no puede estar a expensas de intereses comerciales de dirigentes políticos y empresariales, podridos por la avaricia. Tenemos derecho a vivir, tenemos derecho a ser felices, a nuestra dignidad, y nuestro futuro no puede estar comprometido por la ambición sin limites de los mismos, que han arruinado varias veces a naciones enteras, para luego enriquecerse con su “milagro” económico. No podemos seguir retrocediendo, aquí hay que trazar una línea y comenzar a avanzar a partir de ella. Hay que hacer cumplir las promesas de Obama y Gordon Brawm de reformar la economía mundial, promesas que ya han olvidado. Que pronto lo han hecho. Todos, al final, sucumben al poder de los millonarios y sus intereses.

»Hoy puede ser un gran día y los millones que nos encontramos aquí, en este glorioso lugar, somos la representación de los cientos, miles de millones de seres humanos que no tienen que pasarlo mal para que otros se dediquen a coleccionar millones como diversión principal. La dignidad de las personas es inviolable, y ya sé que la dignidad no da dividendos, pues habrá que conseguir que los beneficios económicos de unos cuantos, no sea a costa de pisotear los derechos de la mayoría. Todos juntos podemos conseguirlo, solo recordad que un hindú con taparrabos, puso a una superpotencia contra las cuerdas con sus campañas pacificas de boicoteo. Consiguió su objetivo: la independencia de la India, pero le costó la vida a manos de un miserable radical. ¿Qué estamos dispuestos a arriesgar? Es la hora de los valientes de espíritu, es la hora de cerrar los puños y gritarles a la cara: ¡hasta aquí hemos llegado!

»Queridos amigos, yo no soy una heroína, ni mucho menos, pero os aseguro que, si comenzamos a avanzar hacia la libertad, yo estaré siempre en la primera fila, hombro con hombro con todos vosotros.

Temblando como una hoja me retiré del micrófono y me refugie en los acogedores brazos de José Luis. Estas cosas me ponen de los nervios y los voltios se me disparan. Desde la cálida seguridad de mi refugio sentí rugir al público, noté que todos están conmigo, que me apoyan. En el escenario todos me felicitaban y me besaban.

Este acto multitudinario, transmitido simultáneamente vía satélite y conectado con decenas de actos similares en todo el mundo, marcará un punto de inflexión a partir del cual las cosas comenzarán a cambiar. El mensaje caló definitivamente en la gente y los políticos vieron comprometidas sus reelecciones cuando el pueblo les exigió una acción más decidida contra el hambre y la miseria, contra la corrupción y la falta de decencia política como en España. Pero no me engaño, no soy tan tonta. El poder del dinero es enorme y lo que les pase a los demás, les importa una mierda. Están enfrascados en una reforma para salvar su economía y sus ganancias a costa de los de siempre. Una reforma salvaje que en España empobrecerá drásticamente la población, mientras a ellos los enriquecerá a niveles siderales.


 

Mi pelea con las multinacionales farmacéuticas iba en aumento según nuestro centro de investigación seguía patentando compuestos de bajo coste, tanto diseñados por mí, o por los investigadores que en el trabajaban. En España, la cosa no era distinta: los encontronazos con los corruptos del PPP, los supuestos nuevos socialistas y la Conferencia Episcopal eran continuos. Siempre que tenía oportunidad denunciaba sus manejos, de unos y de otros. En respuesta, ellos me ponían a “parir”, y los curas, incluso, mandaban a sus radicales a rezar el rosario en la entrada principal de la clínica. En una ocasión, cuándo en compañía de unos amigos, salía de la clínica para tomar un café en un bar cercano, un radical con trasnochada sotana preconciliar, intentó ponerme a la fuerza un escapulario, creo que de santa Gema. El escolta que nos acompañaba, ese día una mujer, le dejó sin dientes con una patada y hubo que ingresarle en la clínica. Aunque el juicio posterior por agresiones lo ganamos, (el individuo denunció al escolta por agresión y a mí por incitarle), la clínica corrió con todos los gastos dentales, por supuesto en nuestras instalaciones. Desde los medios de comunicación de la derecha rancia y casposa, y de los curas, no menos casposos y rancios, la campaña contra mí se fue agravando hasta limites intolerables. Los insultos eran continuos y las falsas acusaciones también. José Luis contraatacaba sacando a relucir los trapos sucios de políticos, y empresarios relacionados con ellos, y de unos cuantos curas, lo que causó que la fiscalía anticorrupción se viera obligada a impulsar un buen número de procesos de investigación, eso sí, no sin reticencias y arrastrando los pies. En este clima enrarecido, fétido y nauseabundo, llegamos a finales de año.


 

Eran sobre las nueve de la mañana cuando entramos por la calle de atrás de la clínica. Por motivos de seguridad, José Luis nunca repetía el itinerario, pero el acceso a la clínica a través de la valla del perímetro, solo presentaba dos posibilidades, la calle por donde se accedía a la entrada principal, o la calle de atrás, de un solo sentido y estrecha a causa de los coches que aparcaban a ambos lados y por dónde entraban los vehículos de reparto. Al final, te acostumbras a tantas medidas de seguridad y lo tomas como rutina. Al principio me agobiaba, pero luego descubrí que me agradaba, primero porque estoy más tiempo a su lado y segundo por lo charlatana que soy: soy el terror de mis escoltas.

El coche avanzaba despacio por la calle cuando de improviso algo golpeó el parabrisas por mi lado haciéndole una especie de flor de hielo. Al principio no comprendí que es lo que pasaba, pero él sí. Como no podíamos retroceder, teníamos un coche detrás, dando un fuerte acelerón recorrió unos metros e intentó derribar una de las puertas laterales de la valla de la clínica que estaba cerrada, mientras las balas seguían estrellándose contra el cristal blindado del todoterreno. El impacto fue terrible: el vehículo saltó y aunque la puerta casi cayo hacia delante, se quedó atascado cabalgando sobre ella. Apartando como pude el airbag, vi salir a José Luis con su pistola de la mano mientras las balas seguían golpeando mi lateral del vehículo. Sentí un golpe seco en mi brazo derecho, todavía confusa me mire asustada y vi sangre. Un dolor intenso comenzó a apoderarse de mí y después nada, oscuridad.


 

Nada más salir, pasó la pistola por encima del techo y disparó ocho veces seguidas, en tandas de dos, contra los terroristas alcanzando a dos de ellos que no se esperaban una reacción tan fulminante y decidida. Mientras cargaba la pistola parapetado por el coche, fue hacia la parte trasera desde donde volvió a disparar. Cuando llegaron los de seguridad, dos se quedaron con él y los otros dos siguieron por el patio interior para cogerlos por detrás. En el tiroteo siguiente otros dos terroristas fueron abatidos. Todo esto lo cuento de oídas. Desde que todo se hizo negro no recuerdo nada, hasta una fugaz y borrosa visión de su rostro días mas tarde.

Cuanto todo acabó, salieron de detrás del coche. Tres cadáveres yacían en el suelo, junto a otro terrorista herido que portaba un lanza granadas y que por fortuna no pudo utilizar. Por eso José Luis salió del vehículo con la pistola, porque lo había visto. Al principio no se preocupó de mí, sabía que yo estaba segura dentro del coche acorazado. Apoyó la espalda en mi lado del coche y con los dedos golpeo suavemente el cristal sin obtener respuesta, giró la cabeza y me vio reclinada sobre la masa fofa del airbag, sujeta por el cinturón de seguridad. Abrió la puerta he intentó sujetarme por debajo, y notó que la mano se empapaba con mi sangre. Se incorporó y vio como Steve llegaba corriendo seguido de Haans.

—¡Steve! ¡Steve! —gritó aterrado—. ¡Rápido, esta herida!

Steve, siempre seguido por Haans, rodeo el coche, introdujo el cuerpo por la puerta y me examino. Inmediatamente se percató de que una bala me había traspasado el brazo y se había alojado en mi costado derecho entrando en el pulmón: estaba en parada cardiorrespiratoria.

—¡Rápido sácala! —le gritó a Haans echándose a un lado—. ¡Sin contemplaciones!

Haans soltó el cinturón, tiró de mí y me tumbó en el suelo. Inmediatamente Steve comenzó las maniobras de reanimación mientras Haans me hacia el boca a boca, sin resultado, estaba muerta. Los equipos de emergencia llegaron rápidamente y Steeve tomó una decisión difícil y peligrosa, una decisión que me salvo la vida. Pidió un bisturí y comenzó a abrirme el costado mientras daba ordenes a los sanitarios que le ayudaban para que me pusieran un tubo endotraqueal. Según habría, iba pinzando los vasos hasta que pudo llegar al corazón por debajo del esternón. Cuando lo hizo, inyectó epinefrina directamente en el ventrículo izquierdo, lo estimuló con la mano y consiguió reanimarlo. No tengo la más mínima duda: le debo la vida.

Retirado un par de metros, José Luis asistía aparentemente impasible a la escena. Pero su frialdad era solo aparente, lo sé muy bien. Si hay algo de lo que no tengo la más mínima duda es de sus sentimientos hacia mí. Sin lugar a dudas, fue el peor momento de su vida porque era algo que él no podía controlar.

Rápidamente me llevaron a quirófano, mientras, José Luis se tuvo que quedar en el lugar del atentado para atender a la policía que ya había llegado. Dos terroristas lograron escapar en coche y fueron interceptados en la avenida de Córdoba por la Guardia Civil. Durante el tiroteo, uno de los terroristas resultó muerto y el otro herido leve.

Mientras esto ocurría, José Luis seguía al lado del vehículo en compañía de Alicia, jefa de seguridad de la clínica y que también le acompañaba en sus actividades en África. Cómo ya he dicho, la policía ya había llegado y mientras se movía de un lado a otro explicando a los investigadores como había ocurrido todo, Alicia inspeccionaba la puerta de vehículo: sabía perfectamente que lo que había ocurrido no era posible. Hacia casi dos años que asesoró a José Luis en la compra de los dos vehículos: este, en el que viajábamos, y el que usaban para el servicio de la casa cuándo hacia falta. Posteriormente viajó a Japón para supervisar el montaje final de los vehículos. Con un lápiz inspeccionó uno a uno los orificios de los impactos en el lateral hasta que vio que uno caló: el lápiz entró totalmente. ¿Cómo era posible? En un vehículo de máxima categoría eso no puede suceder, y menos con munición de armas ligeras. Tiró del protector interior de la puerta y lo que vio la puso mal cuerpo. La plancha blindada que en teoría debía ser de una pieza y que estaba adosada a la chapa de la puerta por el interior, estaba formada por una serie de grandes piezas soldadas entre sí formando una especie de rompecabezas, y por una de las juntas, donde la soldadura estaba carbonizada, penetró la bala. Una casualidad fatal, una posibilidad entre cientos de miles, pero que ocurrió. Alicia llamó a José Luis y se lo enseñó. Cuando lo vio, no daba crédito a sus ojos, incorporándose intentó ordenar sus ideas, pero no pudo. En un arranque de furia tan inusual en él, comenzó a dar patadas a la puerta hasta que esta cedió hacia delante completamente. Después preso de desesperación e inclinándose hacia delante gritó con rabia, con furia, con miedo. Un grito que se escuchó casi en toda la zona.


 

Las investigaciones siguientes descubrieron la conexión de los terroristas, que eran neofascistas y ultracatólicos, con las juventudes del PPP y el propio partido. Los dos heridos cantaron a dos voces y el líder del grupo terrorista, que también era miembro de los radicales de un gran club de futbol, fue localizado oculto en los sótanos de la sede central del PPP, en las inmediaciones de la plaza de Colon, en Madrid. Varios dirigentes nacionales cercanos a la ideología del expresidente del partido, cómo ya he dicho, un personaje estrambótico que fue durante dos legislaturas presidente del gobierno, fueron detenidos y muchos más dimitieron de sus cargos por el escándalo consiguiente, rojos de vergüenza, o al menos eso parecía. No se pudo demostrar que el “líder” estuviera involucrado. Un año después, el partido fue refundado con el nombre de Partido Para el Porvenir (PPP).

También se demostró cierta conexión financiera con las multinacionales farmacéuticas, pero solo fueron detenidos y procesados, un par de ejecutivos de poca monta que cargaron con todas las culpas. Mientras tanto, durante algunos días yo me debatí entre la vida y la muerte.


 

lunes, 19 de septiembre de 2022

Tiempo extra (capitulo 16)

 


 

En el 2007 tenía muy adelantada una investigación sobre genética del cáncer. Basándome en los datos de una investigadora japonesa de la Universidad Imperial de Kioto, Yuzuki Yamaguchi, intenté encontrar el gen que causa que una célula se convierta en cancerígena. Pero como ví que era un callejón sin salida, decidí dar la vuelta al asunto e intenté crear una célula madre neutra, libre de oncogenes, que sirviera de barrera a las células cancerígenas. Para ello utilicé cuatro genes, los factores Yamaguchi, que implanté en células de la piel dando lugar a una súper célula madre que no interactuaba con la célula cancerígena.

El trabajo se publicó en Nature a comienzo del 2008 firmado por las dos. A pesar de no habernos visto nunca, nos hemos hecho grandes amigas gracias a Internet. El éxito de esta investigación abrió el camino a una nueva generación de fármacos en los que ya estamos trabajando y que serán muy importantes en la lucha contra el cáncer. Ese mismo año fuimos nominadas por primera vez al Premio Nobel de medicina, pero no hubo suerte. Mis amigas las multinacionales estaban como locas, no iban a pillar nada de este pastel cuya patente esta a nuestro nombre y al de la clínica, como siempre.

Quería ir a Japón para conocer a Yuzuki y a su equipo. Ella se ha convertido en una heroína nacional con la nominación y se la dispensan los más altos honores por parte del emperador y del estado.

—Pues cuando te lo den de verdad, no sé que te van a  hacer, —la decía por Skype.

—Eso no pasara por tu culpa, —me decía bromeando—, además, nunca se lo darán a una china y a una enana, por eso hay que aprovechar el momento.

—Y más si llegan con fondos.

—Por supuesto, eso es lo principal.


 

A mediados de ese año llegamos a Tokio con un recibimiento descomunal. Conocedora de que el emperador y el primer ministro estarían presentes, había encargado un kimono que me puse antes de llegar con la ayuda de las azafatas y un par de señoras muy amables del pasaje. Y así, con mi kimono azul oscuro, bordado a mano, aparecí por la puerta del avión en la zona VIP del aeropuerto. Después de saludar protocolariamente al emperador y al primer ministro, me fundí en un largo abrazo con Yuzuki que igualmente vestía un kimono azul, aunque no tan espectacular cómo el mío, por supuesto. Terminados los actos protocolarios, y después de una cena de gala en el Palacio Imperial, nos trasladamos a Kioto al día siguiente.


 

Que contraste tan enorme entre la vorágine de Tokio y la relativa paz de la capital imperial. Kioto es mucho más tranquila, amable y tradicional. Aquí casi no se dan los contrastes extremistas de Tokio. La Universidad Imperial es una institución antigua pero con una estructura moderna, y su departamento de investigación es de lo mejor que hay, y no solo en Japón. Desde el principio, nuestros equipos se entendieron a la perfección, entre nosotros no existe la arrogancia, la desconfianza y la competitividad norteamericana.

Igual que José Luis no tiene problemas de integración en África, a mí me pasa lo mismo con Japón, parece que nací para ser japonesa. Me encanta pasear por las estrechas calles de Gion cogida de su brazo y doblando la bisagra cada dos por tres para hacer el saludo ritual. Ir a cenar a restaurantes tradicionales del barrio de Ponto-cho.

En el futuro volveremos periódicamente a este país, he firmado un acuerdo de cooperación por el que, igual que en Columbia, impartiré clases on line desde Villaverde. Además, cómo siempre, José Luis ha aprovechado el viaje y ha establecido una oficina en Tokio para impulsar negocios en el país.


 

A la primera nominación al Novel le siguieron varios premios internacionales. Los más importantes, el premio Carlomagno de investigación científica y el Príncipe de Asturias. 

Al finalizar el año, las distintas fases en las pruebas clínicas estaban finalizadas y el primer compuesto, el AG-52, un medicamento subcutáneo que neutralizaba la enfermedad en la piel, se comenzó a producir en la factoría de Villaverde. Las multinacionales comenzaron una campaña de desprestigio contra mí y mi compuesto. Ellas controlaban el 60% de la investigación mundial en este terreno e iban a perder un pastel enorme. Pero fue en vano, se demostró que era totalmente efectivo en el 90% de los hasta ese momento considerados cánceres, porque el resto, nosotros pudimos determinar que no lo eran.

Al año siguiente fuimos nuevamente nominadas para el Novel y el clamor mundial posibilitó que no tuvieran excusa para concedérnoslo. Ocurrió el 22 de abril de 2009, en el fondo un año negro para mi. A pesar de ser esperada, la noticia fue un verdadero bombazo informativo que acaparó las portadas, no solo de España y Japón, sino en todo en mundo.

Yo ya era muy conocida por mi militancia política a favor del tercer mundo y mis peleas continuas con las multinacionales, pero esto me convirtió en una líder mundial. Las principales revistas internacionales me sacaron en portada y fui invitada a los programas de televisión más famosos. Incluso en España, Interviú, me ofreció una pasta por aparecer desnuda en sus páginas. Reconozco que me atrajo la idea, pero lo rechacé, porque cuándo se lo comente a mi familia, a mi madre casi la da algo.

Mi mensaje comenzó a llegar con nitidez a todos los rincones del planeta y me llené de verdadero orgullo cuándo, en un reportaje de Informe Semanal, apareció una cabaña de una tribu amazónica con un póster con mi foto. Otra consecuencia del Novel fue que mis enemigos aumentaron exponencialmente y las amenazas hacia mi persona también. Los insultos y amenazas en Twister, Facebook, y en otras redes sociales, fomentadas por el PPP de manera encubierta, se multiplicaron hasta tal punto que las medidas de seguridad aumentaron a mi alrededor, independientemente de que, como siempre, José Luis me lleva a la clínica y me trae a casa. Nunca estoy sola fuera de la clínica, los escoltas me acompañan a todas partes. Al principio esta situación me agobiaba bastante, pero me termine acostumbrando, no tuve más remedio y José Luis se mostró inflexible con el tema.


 

A la ceremonia de entrega del galardón, Yuzuki llevó un traje de gala tradicional japonés y yo un vestido oscuro, bastante sobrio y recatado para lo que en mí es habitual. En los discursos, nuevamente volví a abogar por el tercer mundo, por los pobres, los desprotegidos y con buenas palabras cargué despiadadamente contra las multinacionales. Y eso no gustó nada a mis «amigos», los tontos del PPP, que me atacaron con más saña por anteponer los intereses humanitarios a los de la patria, su particular patria de corrupción y «autoritarismo democrático». Esa patria a la que roban, evaden impuestos y sacan sus fortunas hacia paraísos fiscales, cómo si para ellos España ya no lo fuera. El distanciamiento con esos indeseables fue aumentando sin limite, y eso, en este país dominado por la intransigencia política, es muy peligroso.


 

Periódicamente necesito regresar a la India, impregnarme de ella, de su pobreza. No quiero perder el contacto con mi maestro y los que allí me quieren, que son muchos. Cuando llegas, el impacto es terrible incluso antes de salir del aeropuerto. Para el que no está acostumbrado, el olor de este país con tecnología nuclear es impactante. Aquí se huele la pobreza, la indigencia, y la incomprensión. Me recuerda con inusitada crudeza lo injusta que es la vida, y me anima a la batalla, a luchar por todos los desheredados del mundo. “Mi Juana de Arco”, como me llama el doctor Santiago.

Pero hoy es un día triste, no estamos en Bengala, Vicente Ferrer ha muerto y estamos en Anantapur, en el estado de Andhra Pradesh. Es mucho y muy bueno lo que Vicente ha hecho aquí, siempre fiel a sus principios y a su forma de hacer las cosas. Después de combatir en la guerra civil con el ejército de la República, de pasar por campos de concentración en Francia y España, y de hacer la mili después de hacer la guerra, entró en la Compañía de Jesús. Unos años después, tuvo que abandonarla porque no aceptó las indicaciones de sus superiores de anteponer las cuestiones pastorales a las de ayuda a los necesitados. Tiempo después, se casó con una británica, Anne Perry y juntos fundaron una ONG: la RDT (Fondo de Desarrollo Rural), que trajo la vida a miles de hindúes descastados. Hoy, envuelta en mi sari, veo las interminables colas de gente agradecida, que con lágrimas en los ojos vienen a darle el último adiós a un hombre bueno y generoso.

Comencé a colaborar con él, al poco tiempo de hacerlo con Sadhvi Modi, que me habló de un español que estaba haciendo un trabajo fantástico en un estado cercano. Cercano para lo que son las distancias en este inmenso país. Siempre que voy a Calcuta, pasamos primero por Andhra Pradesh, donde Vicente tiene tres hospitales generales y varios especializados y colaboro en lo que hace falta.

La muerte de mi amigo me ha dolido en el alma, pero este 2009, y a pesar del Novel, será un año negro para mí. Sadhvi Modi, mi maestro, mi amigo, falleció a finales de septiembre.

Un mes antes nos avisaron de que estaba en coma irreversible a causa de un ictus hemorrágico y se le iba a trasladar a su casa de atención de moribundos en Benarés. Rápidamente, José Luis organizó el viaje y dos días después llagamos a la ciudad de los muertos a orillas del Ganges. Yo quería alojarme con él y con su familia en la casa de los muertos, pero sus hijas y José Luis no me lo permitieron: fueron inflexibles. Aun así, llegábamos temprano y regresábamos al hotel de noche, solo para dormir. Acompañaba a los brahmanes en sus meditaciones y en ocasiones tenía la sensación de que lograba conectar con su karma, le oía dentro de mí como si estuviera a mi lado aconsejándome.

Nuestra salida de España fue muy sigilosa, pero los amarillos averiguaron nuestro paradero y un par de paparazis aparecieron por Benarés. Se deben vender bien las fotos de la doctora rota por el dolor. Yo no los llegué a ver: José Luis, se ocupó de ellos. Tiempo después, ya en España, me enteré que la noticia fue que varios “periodistas” purificaron sus cuerpos, cámaras incluidas, en las sagradas aguas del Ganges.

Cuando al fin la muerte le visitó, él lo preparó todo. Su cuerpo fue amortajado con las mejores telas y se preparó una carga de leña y sándalo más que suficiente para que la pira ardiera durante muchas horas y de él no quedara nada. Como en el caso de Vicente Ferrer en Anantapur, miles y miles de personas agradecidas acompañaron su cadáver por las intrincadas callejuelas de Benarés repletas de tiendas y almacenes de madera y sándalo. Detrás de él, la comitiva seguía la frenética marcha de la comitiva. Sus dos hijas y yo, agarradas de los brazos, les esperamos en la zona de cremación: yo, atravesada por el dolor por la perdida de mi maestro y amigo, pero ellas, alegres y contentas: su padre, no solo ha muerto en Benarés, también va a ser incinerado a orillas de río sagrado, en el ghat de Manikarnika y por lo tanto, su espíritu dejara de reencarnarse para descansar definitivamente. Durante ocho horas ardió su pira, cuando todo acabó sus cenizas fueron arrojadas a las aguas acogedoras del río. Todo seguirá igual en Calcuta, su trabajo de tantos años no se perderá. Sus hijas, que estudiaron medicina y aprendieron las técnicas tradicionales como yo de él, continuaran su trabajo, y tendrán todo mi apoyo y el de mi organización. Seguiré viajando periódicamente a Calcuta para colaborar con las que considero mis hermanas.


 

Cuando regresamos a casa me sentía mal: no me hacia a la idea de que Sadhvi ya no estaba. No tenía ganas de trabajar, no tenía ganas de nada y durante varios días me quedé en casa holgazaneando y pensando, sobre todo pensando. Se me descompone el cuerpo cuando pierdo a personas que quiero. En mi ingenuidad, fantaseo como cuando era niña, con crear una medicina capaz de arrancar a la gente de las frías y negras garras de la muerte. Como siempre, él permaneció a mí lado. Cómo siempre me apoya, me comprende y no hace falta que diga nada, sé que siempre estará ahí, y que puedo contar con él.

En diciembre visitamos Tenerife. José Luis y su hermano iban a inaugurar un hotel en el Puerto de la Cruz y yo les acompañé. Llegamos unos días antes para hacer un poco de turismo por la isla, visitar sus pueblos, sus playas, y subir al Teide. José Luis y yo lo hicimos hasta el mismo cráter, teníamos permiso de cima, mientras Rafael, al que no le gustan las alturas y mucho menos los teleféricos, nos esperaba en el Parador Nacional, cómodamente sentado en un sillón, mientras trasteaba con el ordenador.

Una tarde visitamos el Loro Parque, invitados por el director del centro. Cuándo entramos a las pasarelas del estanque exterior de las orcas, noté algo raro que me descontroló y casi me hizo perder el equilibrio. José Luis, alarmado, me sujetó y me retiró del estanque hasta una bancada que había próxima.

—¿Qué te ocurre, te encuentras mal? —me preguntó mientras los operarios del parque y el director me miraban también alarmados.

—No, no, pero no se… ha sido cómo cuándo estuvimos en chile, ¿te acuerdas?

—¿Con lo de los delfines?

—Sí, pero más fuerte.

—¡No jodas!

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó el biólogo jefe.

—Hace unos años, Ángela tuvo una experiencia… perturbadora con unos delfines en la zona del Canal del Beagle.

—No fue perturbadora, —protesté— pero fue extraña.

—¿Qué pasó?

—Durante varios periodos, a bordo del barco de un amigo, noté… como que podía comunicarme con ellos.

—¡No joda!

—Eso ya lo he dicho yo, —bromeó José Luis.

—Lo siento, pero es que no se me ocurre otra expresión. Las orcas, igual que los delfines, están considerados cómo los animales más inteligentes. De hecho, tienen una capacidad cerebral muy desarrollada, pero salvo con símbolos de ordenes, no se ha conseguido comunicar con ellos.

—Lo sé, lo sé, después de aquello investigué sobre el tema. Pero esta vez es distinto, más poderoso y me ha pillado desprevenida.

—¿A qué se refiere?

—A que quiero intentarlo, pero necesito concentrarme y calentar la mente. Ahora, la tengo mucho más entrenada que entonces.

Se retiraron de mi lado y entré en trance psicológico cómo me enseño mi maestro Modi, accediendo poco a poco a lo que algunos llaman iluminación espiritual. Cuándo estuve preparada, me acerqué al borde del estanque, me quite las converse, y sentándome en el borde, metí los pies en el agua. Inmediatamente una de las orcas de aproximó a mí tocándome las piernas con el morro. Mientras la acariciaba con las manos, noté un caudal fascinante de sensaciones, de estados de ánimo, y de emociones. Durante todo el tiempo que duro la experiencia, no hubo una comunicación directa cómo la conocemos nosotros, pero supe en todo momento cómo se sentía.

Cuándo me retire del estanque, les explique a todos lo que había pasado, y aunque los biólogos presentes se mostraron muy interesados, noté que no estaban convencidos y me trataban con cierta condescendencia.

—Esta embarazada, —le revelé.

—No, no esta embarazada.

—Sí, sí lo está.

—¿Cómo lo sabe? Si lo estuviera, lo hubiéramos detectado.

—Lo sé, porque me lo ha dicho ella, —respondí con cara de niña traviesa. Un año y cuatro meses después, Kohana, la orca con la que me comuniqué de esa manera tan especial, parió una cría hembra, que se llama Ángela en mi honor.


 

domingo, 11 de septiembre de 2022

Tiempo extra (capitulo 15)



¡Cómo quema el sol!

No es la primera vez que estoy en África, pero no termino de acostumbrarme: es abrasador. Y él no suda ¡joder! No lo entiendo, cuando entramos juntos en la sauna de casa yo tardo doce minutos cronometrados en empezar a sudar, y él dos. Pero aquí no, todo es distinto, lo percibes, lo notas rápidamente, entiendes como él puede estar tan enganchado a este mundo tan distinto, tan maravilloso, tan fantástico. ¿Como una tonta como yo puede estar utilizando apelativos tan grandilocuentes? Sencillamente porque son ciertos y son sinceros. A África, cómo al resto del mundo, hay que venir con la mente abierta, sin prejuicios ni ideas preconcebidas.

La primera vez que viaje a este continente, fue por mediación de Médicos sin Fronteras y fue a Burundi. Junto a la antigua Zaire, hoy República Democrática del Congo y Tanzania, forman una de las zonas más pobres, deprimidas y necesitadas de África. Durante dos semanas curé, operé y traté enfermedades por las que allí la gente se muere y en Europa no. Que sensación de impotencia tan terrible al ver que tu esfuerzo vale para muy poco. No paraba de llorar, no lo podía evitar. Él, intentaba consolarme, pero comprendía mi frustración, sufrimiento y mi desasosiego. Lo mismo que él sintió cuando llegó por primera vez a África, al campo de Mirawara en Burundi. No ha vuelto a existir un campo como ese. ACNUR decidió tiempo después, que algo así no podía ocurrir de nuevo. Lo que se encontró, fue una gran extensión de terreno llano, depauperado, sin ningún resto de vegetación o arbolado, arrancados para hacer fuego, y donde se hacinaban decenas de miles de refugiados sin ningún tipo de protección contra el sol, salvo unos palos y unas mantas, quien las tenía. La única construcción del campo era el dispensario instalado en una barraca de cañas y palos, reforzada con plásticos y barro. Tres médicos de distinta procedencia, y media docena de enfermeras locales, atendían como podían, y casi sin medios, a las decenas de miles de refugiados. De los tres médicos, un francés y dos norteamericanas, el primero es actualmente subdirector general de la organización. Las otras dos, murieron dos años después con unos pocos meses de diferencia, a manos de los grupos guerrilleros que roban los suministros de los campos de refugiados para comerciar en el mercado negro. Hay muchos cooperantes de todas las nacionalidades muertos en África, porque hay muchos cooperantes trabajando y arriesgando sus vidas por los demás, por gente que no cuenta para nada para el mundo occidental, para el supuesto mundo civilizado. Para los gobiernos del primer mundo no existen, pero sufren y mueren, y son un estorbo para las operaciones comerciales de las multinacionales que financian las guerrillas locales, a las que usan para asegurar mano de obra esclava para sus explotaciones mineras. Por ejemplo, sin el coltán, de dónde se extrae el tantalio, los teléfonos móviles de última generación cómo el mío, no serian viables. Solo de la región de Kivu, en la zona de la R. D. Congo, se exportan en torno a cuatrocientas toneladas anuales, de dónde se extraen unas cien de tantalio, y eso, que están inmersos en una guerra civil. A los mineros se les pagan actualmente 2 dólares por kilo, pero en los mercados internacionales de materias primas se pagan 400, y se ha llegado a pagar a 600.


 

Durante uno de estos viajes, con una caravana de camiones por la zona fronteriza entre Mali y Níger, en el Sahel, Alicia desde el coche lanzadera que circulaba un par de kilómetros por delante, avisó de una posible presencia hostil. José Luis había reforzado la seguridad a causa de mi presencia en una zona mucho más conflictiva de lo habitual. Resultó ser un jefe tuareg: un “amghar” que al frente de su “ettebel”, su grupo tribal, se encontraba de tránsito por la zona. Los tuareg tienen una visión del concepto territorial muy particular por lo que José Luis decidió parar la columna de camiones y negociar. Había tenido contacto con ellos en varias ocasiones y sabía, que aunque son en general muy hospitalarios, si surgen dificultades, pueden empezar a aparecer armas por todas partes.

—No salgas del camión para nada, —me advirtió de forma tajante antes de salir de él—. Que no te vean.

—¡Jo!, pero…

—Ángela, por favor, te lo digo en serio: no salgas, —esbozó una sonrisa cuándo cómo respuesta, le saqué la lengua. Después, hizo un gesto a Isabel, uno de los miembros del equipo que trabaja para la ONG como navegante que respondió con un movimiento afirmativo de la cabeza.


Negociar con un tuareg puede ser ciertamente laborioso, por no decir tedioso, eso si, todo rodeado de una cortesía barroca. Fue invitado a la tienda principal, que había montado en un abrir y cerrar de ojos, donde se sirvió el té, un elemento básico en la cortesía tuareg. Una hora y pico después ya estaba harta de estar metida en el horno en que se había convertido la cabina del camión y con discreción salí por la otra puerta, desoyendo las recomendaciones de los demás. En ese momento José Luis había alcanzado un acuerdo de paso a cambio de cuatro bidones de plástico de cincuenta litros, cuando el jefe tuareg me vio. Le dijo algo a mi amor, que me miró y desde la distancia ví que tenía ganas de estrangularme. Decidí subirme otra vez al camión mientras veía como José Luis y el tuareg, volvían a sentarse en el suelo.

—Creo que he metido la pata, —le dije a Isabel—. ¿Qué ocurre?

—Seguramente el tuareg ofrecerá un par de camellos y siete cabras por ti, —me respondió muy seria—. No debiste bajarte del camión, estamos perdiendo un tiempo precioso.

—Pero ¿cómo se atreve a querer comprarme…? —la dije indignada, pero me interrumpió.

—¡Ángela! Aquí las cosas son diferentes y son como son, —y riendo añadió—.  No te quejes. Si se confirma, seria la primera vez que veo ofrecer dos camellos por una mujer. No cabe duda de que le has impresionado: ya veremos hasta dónde llega.

—Pero, ¡joder dos camellos!

—Y siete cabras, —añadió Alicia con una sonrisa irónica. Ella era del equipo de seguridad de la clínica.

—Mira Ángela, el concepto de valor material, aquí, es distinto, —añadió Isabel—. Un camello es una posesión muy valiosa. Te lo aseguro.

—Sí, pero…

—No te comas el coco, te repito que las cosas son como son, —me insistía—, y es casi imposible que cambien.

—Es vejatorio…

—Lo es, efectivamente, lo es. Ten en cuenta que ni siquiera el Islam ha penetrado significativamente en su cultura, solo lo ha hecho a nivel superficial. Pensar en cambiar sus costumbres es absurdo. —corroboró, y riendo añadió—: tú tienes la suerte de tener un hombre que no te va a vender, porque si regateara, podría llegar a los diez camellos.

—¡Diez camellos!

—¡Claro boba!, su primera oferta siempre es a la baja, luego se sube, —y añadió—. Te repito que se nota que le has impresionado. Seguramente por el color de tus ojos.

—Y cuantas cabras, ¿cien?

—Las cabras no son tan importantes, son de relleno, los camellos sí.

Un par de horas después los dos se levantaron, se abrazaron y José Luis se dirigió hacia nosotros. Ese es el día que descubrí que el concepto tiempo, es un tanto confuso para un tuareg.

—Acampamos y pasamos la noche aquí, —dijo, y dirigiéndose a mí, añadió muy serio—: y tú a ver si de una puta vez, haces caso de lo que te dicen.

—¡Pues haber aceptado los diez camellos! —le respondí muy chula.

—No llegó a los veinte, —me dijo y riéndose añadió—. Además, tienes que hacer algo para él.

—¿Para él? ¿El que?

—Tienes que bailar la danza del vientre.

—¡Pero yo no sé! —chillé medio histérica.

—¿La danza del vientre?, ¿un tuareg? Esto no me lo pierdo, va a ser sonado, —dijo Isabel soltando una carcajada.

—Pues vas a aprender, —y no paraba de sonreír—. Cuando montemos el campamento, te vas a ir con las mujeres de la tribu: te van a preparar y te van a enseñar un poco…, pero tendrás que poner mucho de tu parte: los tuareg no bailan la danza del vientre.

—¡Pero…!

—Es que es muy raro, —afirmo Isabel.

—Sí, lo es, —añadió otro de los compis—. Las danzas femeninas de los tuareg, casi se reducen al «zarraf»: una especie de danza secreta, que se baila en círculo, fuera de la visión directa de los hombres, y normalmente durante las bodas.

—Me parece que este tuareg sabe mucho: es un listo.

—Sí. Tiene un vestido árabe que consiguió en un trueque, o vete a saber cómo. Es el que vas a utilizar.

—¡Joder nene! Es que…

—Si quieres vuelvo ahí y le digo que tú vas a negociar un acuerdo mejor, —está claro que se terminó la discusión.



Cuándo todo estuvo montado, la verdad, a una velocidad vertiginosa, las mujeres me llevaron a una de las jaimas donde me bañaron con agua que no se dé donde sacaron. Me vistieron con un vestido precioso de color rojo, lleno de bordados, piedras multicolores y lentejuelas, y finalmente, me tatuaron los pies y las manos con henna. Durante el resto de la tarde, una hora y pico más o menos, entre muchas risas, las mujeres me enseñaron mínimamente lo que podían: estaba claro que tampoco tenían mucha idea del tema danza del vientre.

Cómo es costumbre, se sirvió la cena a los hombres, y a continuación, durante más de media hora, dance ante el tuareg, su tribu, José Luis y sus colaboradores. Lo hice al son del anzad, una especie de vihuela de una sola cuerda y del tazawat, un tambor que tocan siempre las mujeres de más alta posición en el clan. Los acompañamientos corren a cargo de varias mujeres de clase inferior con los tende: tambores de mortero. Fue un éxito total, siempre se me ha dado bien el baile y eso que me invente los movimientos: el tuareg quedó complacido. La fiesta continuó varias horas más mientras se servía eghale; un plato típico con dátiles, mijo y queso de cabra.

A la mañana siguiente, cuando nos disponíamos a partir, apareció nuevamente el tuareg con un camello joven de la mano. José Luis le miró con aprensión y temiéndose lo peor se dirigió al encuentro de su ya amigo. Con una sonrisa sincera en la cara le explicó que era consciente del retraso que nos había ocasionado, del importante trabajo que desempeñábamos, y que había quedado muy complacido con mi actuación de la noche anterior. Para compensarle, le regalaba un camello, y que era un gran honor, como muy bien sabía José Luis. Cuando vi que se sentaban en el suelo me quedé de piedra mientras los demás me miraban de reojo, y comenzaban a sacar libros, crucigramas y MP3. Esta vez la cosa fue más corta y en tres cuartos de hora el asunto estaba solucionado. Logró que el tuareg le cambiara el camello por el vestido rojo con el que baile para él y que actualmente esta en mi museo, en Villaverde.

—Podías haberte quedado con el camellito, —le dije con cara de niña traviesa, causando una oleada de perplejidad general en todos sus colaboradores—. Tenía una pinta muy simpática.

—¿Y que hacemos con el camellito? ¿Lo atamos al culo del camión y que se chupe a nuestro ritmo los 300 kilómetros que nos quedan para llegar?

—Iba a llegar con una lengua de medio metro, —dijo Isabel.

—Bueno vale, he dicho una tontería, —dije mohína.

—Lo malo es, que las tonterías empezaron ayer por la tarde, y eso nos ha retrasado veinte horas. Cuanto más tiempo tardemos en llegar, más tiempo corremos el peligro de encontrarnos con un grupo guerrillero islámico. Y con esos, ni se negocia, ni hay bailecitos.

Durante una hora estuvo sin hablarme, pero finalmente, extendió la mano y me acarició la rodilla con una sonrisa.

—Ya me has perdonado.

—No te tengo que perdonar porque no estoy enfadado.

—Si lo estabas, —insistí.

—No nena, no lo estaba.

—Yo sé cuándo lo estás… y lo estabas.

—No, no lo estaba… digamos que solo un poco molesto. Pero solo un poco.

—Bueno vale.