domingo, 29 de enero de 2023

La Atalaya (capitulo14)



A finales del 35, La Atalaya salió definitivamente a subasta. Gracias a la “vista gorda” del comandante del puesto de la Guardia Civil, que dio instrucciones a los números que la custodiaban para que miraran hacia otro lado, Rafael y José, habían ido sacando muchos de los efectos personales, recuerdos y objetos de varias generaciones de la familia, incluso algún que otro mueble pequeño. Todo lo trasladaron a un pequeño cobertizo que les prestó Roberto Iribarren, el actual propietario de Villa Juanita, dónde, cómo ya he contado, estaba enterrada Servanda. Roberto era un buen amigo, y tenía interés en alguno de los lotes en que se había fragmentado La Atalaya para la subasta, y por eso, antes de hacer nada, considero que era mejor hablarlo con su amigo.

—No quiero hacer nada que te pueda molestar Rafael, te lo digo de verdad.

—Te lo repito, no me molesta. Somos conscientes de que La Atalaya se perdió hace muchos años: Servanda lo vio muy claro.

—Pero es que va a salir a “pelo puta”. Sé muy bien que todo está organizado.

—Ya me lo imagino.

—Han organizado un chanchullo de narices, todos van a pujar con testaferros.

—¿Con testaferros? ¿Por qué? 

—No lo sé muy bien, pero creo que soy el único que voy al descubierto…

—No lo entiendo.

—Mira, solo es mi opinión, pero yo creo que es por tu puesto en la Casa del Pueblo: el ambiente se está enrareciendo y todos esos cabrones tienen miedo que lo que pueda pasar.

—¿En las elecciones? Que tontería.

—Lo sé, pero…

—¡Joder Roberto!, ¿cuándo me ha interesado a mí La Atalaya?

—Lo sé, lo sé…

—No voy a negar que me duele perderla: yo crecí allí, pero antes solo tenía interés por Servanda. Si mi padre la hubiera dejado, estoy seguro de que la habría sacado adelante.

—Yo también lo pienso, es una lastima que todo haya terminado de esta manera y la mala suerte de tu hermana con la traición de Edelmira. ¡Joder! Ya sabes que yo la apreciaba mucho.

—Lo sé, lo sé, pero ya no hay solución. Puja por los lotes que quieras, además, casi prefiero que los tenga un amigo.

—Gracias Rafael. Ahora quiero decirte otra cosa: lo que te he dicho antes no es broma, algo se está moviendo, y no me refiero solo a Andújar.

—Sé que la situación es jodida, pero no sé, no creo…

—Hazme caso, hay mucho temor a que si la alianza de izquierdas y republicanos se hace realidad, podáis ganar las próximas elecciones.

—Estoy seguro de que ganaremos.

—Y yo, y entre tú y yo: no lo van a aceptar. Por favor, Rafael: cúbrete las espaldas. 

—No te preocupes, te lo repito: no va a pasar nada.

—Hazme caso, cuándo esos cabrones abran la caja de los truenos, nadie va a poder cerrarla.

—Tendré cuidado, te lo prometo.

—Mira, te voy a ser sincero: si en febrero ganáis, ya lo estoy preparando todo para mandar a mi familia a Sevilla. Tengo una casa en el Arenal.

—¡Joder! Roberto no es necesario. Todo el mundo te conoce y sabe que nunca te has significado políticamente. Además, tienes muy buenas relaciones con los gremios agrarios.

—Lo sé, lo sé, pero cuándo los ánimos se disparan, todo el mundo es ciego: comienzan a salir los rencores y los ajustes de cuentas, y lo sabes.

—Estás exagerando; que no va a pasar nada.

—Hazme caso, se está hablando mucho entre la gente que importa, ya me entiendes. No van a permitir que toméis el control. 

—¿Y que van a hacer, dar otro golpe de estado cómo el de Primo de Rivera?

—No sé, pero estos son capaces. Te lo repito: tú ten cuidado.

—No te preocupes, lo tendré, pero exageras.


 

A partir de enero de 1.936 los acontecimientos se dispararon. El 15 de enero, se firmó el acuerdo entre los partidos de izquierda y republicanos para formar el Frente Popular. Una coalición que se presentaría a las elecciones generales del 16 de febrero. Cómo temía la derecha nacional y los oligarcas de Andújar, el Frente Popular arrasó en los comicios consiguiendo 256 escaños de un total de 473, 19 más de la mayoría absoluta. El éxito alcanzado, precipitó la fusión de las organizaciones juveniles, mientras el PSOE daba largas a la suya con el PCE. El 5 de abril se fundó definitivamente las Juventudes Socialistas Unificadas.

Una de las primeras medidas que tomó el nuevo gobierno, es la creación de comisiones gestoras que sustituirían provisionalmente a los ayuntamientos hasta que se pudiera convocar elecciones municipales. Las últimas fueron las de la proclamación de la República. El 6 de marzo, el gobernador civil de la provincia, disolvió el ayuntamiento de Andújar y nombró una comisión gestora con nombres de la Casa del Pueblo entre los que había compañeros afines a Rafael.

Culminada la unificación, las nuevas Juventudes Socialistas Unificadas de la provincia de Jaén, enviaron a Madrid a una nutrida delegación para participar en unos encuentros nacionales para aunar criterios de cara al futuro. Pese a la oposición de su madre, José formó parte de ella, y así en abril llegó a la capital de España. El impacto fue tremendo. Él conocía de sobra Jaén, y pensaba que era una ciudad moderna en comparación con Andújar, pero se dio cuenta de que no, de que no había comparación posible.

Después de las reuniones, (algunas se hacían en un descampado en Argüelles dónde hoy se levanta el Corte Inglés de Princesa), se entretenía paseando por el centro de la capital. En ocasiones se bajaba hasta el paseo del Prado dónde había un cine al aire libre. Allí, entre montañas de cáscaras de pipas, vio películas que nunca habrían sido proyectadas en Andújar, a causa del filtro “moral” que imponían los curas del pueblo capitaneados por don Fidel. También se dio cuenta de cómo la disparidad convivía entre la población sin problemas, lo mismo veía a mujeres con ropa moderna y faldas justo por debajo de la rodilla, que a otras con hábitos religiosos negros o morados por haber hecho alguna promesa a algún santo o virgen.

A medio día se comía un bocadillo en cualquier sitio, pero por la noche, cenaba en una taberna situada al lado de la pensión, en el barrio de Lavapiés, dónde se alojaban parte de los delegados de otras provincias. Le gustaba conversar con ellos y seguir debatiendo con el acaloramiento que daba su juventud.

Terminados los trabajos políticos, la dirección de las JSU le ofreció formar parte de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC) para lo que tendría que permanecer en Madrid, pero le pidieron la autorización de sus padres. Mandó un telegrama a su padre para que al día siguiente, a las siete de la tarde, estuviera en la cantina de la Casa del Pueblo para llamarle por teléfono.

—¿Qué tal estás hijo?

—Muy bien padre, muy bien.

—¿Te está gustando Madrid?

—Si, si, me encanta Madrid.

—Ya me lo imagino, ¿cuándo vas a regresar?, tu madre tiene ganas de verte, cómo te puedes imaginar.

—Lo sé, lo sé, por eso te llamo.

—Dime hijo, ¿qué pasa?

—Sabes que yo también tengo ganas de veros, pero es que me han ofrecido formar parte del MAOC.

—¿Eso son las milicias que se han formado para proteger a los dirigentes del PCE y del PSOE?

—Así es, padre. Pero necesito que me autorices. Si fuera para otra cosa no, pero para esto sí.

—Eso puede ser peligroso, y tu madre va a poner el grito en el cielo.

—Ya lo sé, por eso te llamo a ti padre.

—Anda que no tienes cara, quieres que toreé yo a tu madre.

—Hombre, la verdad…

—Ya, ya. ¿Y tus estudios, ya no quieres ser electricista?

—Claro que sí, pero hay que ser realistas padre: a las fechas que estamos no podré retomarla. Esto no creo que dure mucho, cuándo regrese después del verano, puedo seguir con ello.

—Mira hijo, no me parece bien que te embarques en una actividad que puede ser peligrosa, solo tienes diecisiete años.

—¡Ya no soy un niño padre!

—Ya lo sé hijo, ya lo sé.

—El ambiente está ahora un poco tenso con el nuevo gobierno del pueblo, pero no durará. Todo se tranquilizara. No hay peligro, te lo aseguro, —en ese momento no imaginaba lo equivocado que estaba.

 

El MAOC se formó cómo respuesta a la acción de los grupos paramilitares falangistas que, desde la victoria del Frente Popular y un leve intento de golpe, operaban a sus anchas. En este ambiente crispado, que causo varios centenares de muertos por ambas partes, se llegó al mes de julio. A causa de su poco clara actitud en el intento de golpe, los principales jefes militares fueron depuestos y enviados a otros destinos: Franco a Canarias y Mola a Pamplona, entre otros muchos. El día 12, un grupo de falangistas o de tradicionalistas, no está muy claro, asesinaron en Madrid al teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo, adepto al partido socialista. En respuesta a este asesinato, un grupo de Guardias de Asalto y militantes socialistas, se vengaron en la persona del diputado derechista José Calvo Sotelo. El 17 de julio, el ejército de África comenzó la sublevación en Melilla. Al día siguiente, lo hicieron el resto de provincias marroquíes y Canarias con el general Franco, y el 19, en Navarra, el general Mola y el ejército del norte.

Las noticias en Madrid eran confusas y poco claras, pero desde el primer momento el MAOC y las milicias socialistas se movilizaron. Discretamente, se controlaron los accesos a los acuartelamientos de Campamento, en el Paseo de Extremadura, y los de Carabanchel. El día 19, el presidente de la República, ordenó entregar armas al pueblo, principalmente a los afiliados de CNT y UGT. De esa manera se entregaron 65.000 fusiles, pero de ellos, solo 5.000 estaban completos: por motivos de seguridad, los cerrojos del resto estaban almacenados en el Cuartel de la Montaña, en el centro de la capital. El coronel Serra, al mando del acuartelamiento, se negó a cumplir la orden de entregarlos, y el edificio se vio rodeado por la Guardia Civil, la Guardia de Asalto y las milicias armadas. Los defensores abrieron fuego con las ametralladoras sobre la multitud que tuvieron que replegarse. Al día siguiente comenzó el asalto, y a medio día, las milicias y las fuerzas de seguridad entraron en el acuartelamiento. En medio de una histeria colectiva, las milicias mataron a más de 200 oficiales. Solo 12 sobrevivieron al linchamiento y otros 14 fueron hechos prisioneros. Entre el resto de defensores, casi no hubo bajas.

José participó en el asalto, pero no estaba entre las fuerzas de primera línea. Desde el patio central del acuartelamiento, mientras unos compañeros sacaban las armas y los cerrojos, vio cómo un fornido miliciano, casi un gigante, uno a uno, levantaba a los oficiales detenidos y los arrojaba desde las galerías superiores mientras sus victimas chillaban de terror, y los milicianos le jaleaban. El resto de prisioneros, principalmente tropa, salvaron la vida por la intervención de la Guardia Civil.

Con la certeza de que el ejército se había alzado en armas, el presidente Giral licenció a todas las tropas y puso la defensa de la República en manos de las milicias populares. El MAOC se transformó en el 5.º Regimiento, y poco tiempo después en la 1.ª Brigada mixta, embrión de la primera gran unidad del ejército popular de la República: la 11.ª División a las ordenes de Enrique Lister.  Aprovechando su relación con las milicias de izquierdas, José se alistó falsificando la edad, aunque poco tiempo después la edad de reclutamiento bajo a los 17 años, en ese momento no era legal.

La guerra había comenzado, y José estaba inmerso en ella de manera irreversible.

 


domingo, 22 de enero de 2023

La Atalaya (capitulo 13)



La nueva constitución de diciembre de 1.931 reconocía el derecho al voto de la mujer, a pesar del voto en contra de dos de las tres mujeres presentes en el parlamento. Las mujeres españolas podrían, por fin votar, después de que las de Nueva Zelanda lo hacían desde 1.893 (pero no podían presentarse cómo candidatas), Australia desde 1.902 (ya sin restricciones), Dinamarca desde 1.915 y EE. UU. desde 1.920.

Todos los estamentos ultracatólicos, nacionales y locales, pusieron el grito en el cielo. Don Fidel, el cura párroco de Santa María, desde su pulpito, arremetió con saña contra una constitución que reafirmaba los sentimientos laicos de la República. Los incidentes ultrarreligiosos se sucedieron desde el mismo momento de su proclamación. A los pocos días se celebró la tradicional romería de la Cabeza, a la que asistieron, en un intento de apaciguar los ánimos, los concejales electos. Eso si, algunos con más ánimo que otros. Pero la polémica se desató poco tiempo después con la celebración de la festividad de la Virgen del Carmen. La procesión se convirtió en una muestra de fuerza de lo más casposo del sector político-religioso de la Andújar más conservadora, con don Fidel a la cabeza. Al día siguiente, los partidos de la coalición republicana, presentaron un escrito en el que se exigía que «se amonestara y multara a los organizadores, que se prohíba cualquier repetición de actos de esa índole, y que se obligue a los organizadores a limpiar la cera derramada por todo el recorrido» (no es broma). El ayuntamiento se vio forzado a prohibir, temporalmente, la celebración de cualquier acto religioso en la vía pública; también se prohibió el toque de campana que a todas las horas atronaba el pueblo desde los campanarios de las iglesias. Con la aprobación de la nueva Constitución y sus estrictas normas anti-religiosas, el ayuntamiento se inhibió de asistir a las procesiones, con la única excepción de la romería de la Cabeza.

Parecía que el ambiente se tranquilizaba en Andújar, cuándo a mediados de agosto de 1.932, se produjo el intento de golpe de estado del general Sanjurjo: la Sanjurjada. Aunque la incidencia en Andújar fue mínima, se produjeron grandes muestras de apoyo al proceso republicano por parte de los partidos afines. También hubo cruce de acusaciones entre los concejales de izquierda y derecha que quedaron en nada. A finales del año siguiente, en las elecciones generales ganaron las derechas, comenzando el llamado: bienio negro. Cómo resultado de su política antiobrera, en 1.934 se produjo el intento revolucionario de Asturias. Pero este último acontecimiento paso a segunda fila en la familia Morales. Los tiempos judiciales, aunque despacio, corrían inexorables para La Atalaya.


 

José, había llegado muy temprano. Había subido en la camioneta que, de madrugada, llevaba todos los días el pan y algunas cosas más al monasterio. No encontró a su tía, ni a Edelmira en la casa, ensilló el caballo y se fue a pasear por lo que quedaba de la finca acompañado de los perros. Al día siguiente, el secretario judicial, y la Guardia Civil, llevarían a efecto el desahucio, y quería aprovechar para recorrerla por última vez. Le extrañó no verlas, pero pensó que habían bajado al pueblo con las mulas, que tampoco estaban.

Cuándo regresaba a la casa, y ya próxima a ella, vio a su tía en la vieja alberca. Estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el muro y el rostro refugiado entre las manos. Se aproximó y vio que estaba llorando. Rápidamente se apeó del caballo y arrodillándose a su lado la abrazó mientras los perros olisqueaban su vestido. Imaginaba lo que estaba pasando, pero se equivocaba, a Servanda, ahora mismo, poco la importaba La Atalaya.

—¡Se ha ido, se ha ido! —logró decir entre sollozos.

—¿Quién se ha ido tita?

—Se ha ido, Edelmira se ha ido.

—Pero ¿dónde se ha ido? —preguntó José. Estaba al corriente de la relación de su tía y Edelmira, aunque no lo entendía muy bien. Cuándo fortuitamente lo descubrió, su padre le hizo prometer que lo mantendría en secreto y le dijo muy serio: «si se descubre, tu tía lo puede pasar mal, incluso podría terminar en la cárcel. Ahora eres muy joven y posiblemente no lo entiendas, pero cuándo seas mayor lo harás».

—¡No lo sé, no lo sé! —no paraba de llorar.

—¡Venga tita! Habrá bajado al pueblo para…

—¡No! se ha ido.

—Pero ¿cómo lo sabes?

—Se ha llevado sus cosas… y las mulas… y todo el dinero que teníamos ahorrado, —logró decir entre sollozos.

—¿El dinero para el viaje?

—¡Sí!

José, que a pesar de su juventud era un chico avispado, había captado desde el principio la magnitud del problema. Intentó tranquilizar a su tía, a la que adoraba, hasta que pudiera ir a avisar a su padre.

—Mira tita, vamos a ir a la casa, y cuándo te hayas tranquilizado, voy a ir a buscar a mi padre. Seguro que todo esto tiene una explicación, —sin dejarla responder la ayudó a levantarse y cogiéndola por la cintura la condujo a la zona de la casa que compartía con Edelmira. 

La preparó una infusión de tila y, cuándo la vio más tranquila, después de dejarla recostada en la cama, salió a galope tendido hacia el pueblo, en busca de su padre. Lo encontró en la Casa de Pueblo, era domingo y no había escuela. Lo que le contó su hijo lo alarmó y rápidamente se dispuso a salir, pero cómo el caballo estaba agotado, pidió prestada una pequeña camioneta de carga a uno de los compañeros, y en ella regresaron a La Atalaya. No la encontraron en su habitación y alarmados la buscaron por toda la casa, pero fue infructuoso. Finalmente, Rafael la encontró en la cripta de la capilla, al percatarse de que la pesada puerta de hierro estaba entreabierta. Estaba colgada por el cuello de una de las vigas del techo: rodeada de todos los antepasados y junto a su padre. Se había suicidado.


 

La Guardia Civil encontró a Edelmira rondando por el puerto de Cádiz intentando embarcar hacia Río de la Plata, lo que levantó sospechas. No sabía que con ese destino, los barcos salían de Vigo. La encontraron en compañía de un joven arriero que solía hacer la trashumancia entre la sierra de Andújar y los pueblos de la comarca. En varias ocasiones, habían sido vistos juntos por parajes apartados del pueblo y todos pensaron que tenían una relación; nadie imaginaba que Edelmira en realidad, la relación, aunque ahora se veía que falsa, la tenía con Servanda. Los dos fueron detenidos por el robo del dinero y de las dos mulas, que habían vendido al llegar a Cádiz. Unos meses después, fueron condenados a varios años de cárcel.

Cuándo el juez le entregó el dinero robado, Rafael compró un pequeño mausoleo en el cementerio municipal y trasladó los restos de sus familiares. Don Fidel, hizo piña con el resto de curas del pueblo y no permitió enterrar en sagrado a Servanda: era una suicida homosexual. Finalmente, un buen amigo, Roberto, descendiente de Rogelio el testaferro del primer Morales de Andújar, y propietario actual de Villa Juanita, le permitió enterrar el cuerpo de su hermana, bajo una encina centenaria en un extremo de la finca con vistas al río Jandula.

Cuándo recogía los efectos personales de su hermana, Rafael encontró información del viaje que la había llenado de esperanza. La vida no había sido amable con ella a pesar de que, a excepción de los últimos años, había gozado de las comodidades del cortijo. Cuándo pensaba que todo había quedado atrás y por fin había encontrado el amor y un futuro, la realidad de la vida la había vuelto a golpear de una manera tan dura, que ya no quiso reponerse.

 

A pesar del duro golpe que supuso el suicidio de Servanda un año antes, la familia poco a poco se fue reponiendo. Los niños fueron los que peor lo llevaron: adoraban a su tía, en especial José, que tenía con ella una relación de complicidad muy especial. De hecho, tenía con ella muchos más secretos y complicidades que con su madre, demasiado estricta y autoritaria para ciertas cosas, en concreto, con todo lo que tenía que ver con la política. Y es que José, muy influido por la figura de su padre, estaba totalmente impregnado de pensamientos socialistas y revolucionarios, un aspecto que su madre desconocía. Cuándo tenía oportunidad, y en secreto, aprovechando que estaba dando clase o había ido a la reunión semanal con sus amigas, se colaba en el despacho de su padre y revisaba los documentos del partido. Quería afiliarse a las Juventudes Socialistas, pero sabía que su madre, no solo no se lo iba a permitir, sino que además sería capaz de mandarlo a Jaén a estudiar, algo, que de ninguna manera entraba en sus planes. Pero la suerte, o la buena imagen de su padre entre los compañeros del partido, se pondría de su lado. Antes del verano de 1.935, Rafael de Morales fue nombrado presidente de la Casa del Pueblo a propuesta del gremio de maestros, y con el apoyo de algunos más. Ese hecho le permitió frecuentar el centro socialista, ante la resignación paulatina de su madre que poco a poco fue descubriendo la verdad. Ella, culpó a su marido de las inclinaciones políticas de su hijo, y se inició un leve distanciamiento que con el tiempo y los acontecimientos posteriores, se fue agrandando.


 

José, empezó a estudiar electricidad en una escuela profesional del pueblo. Siempre le había interesado mucho todo lo que tenía que ver con electrónica y telefonía. Al mismo tiempo, y una vez salvada la oposición materna, comenzó colaborar activamente con los compañeros de las Juventudes Socialistas. A pesar de su juventud, pronto demostró que tenía criterios propios, y no tardó en enfrentarse a su padre y tener roces políticos con él. Largo Caballero había empezado un acercamiento con el PCE con vistas a una posible unificación, un proceso que levantó una gran polémica en toda la organización y enfrentó a las dos alas del partido: la marxista y la utópica, a la que pertenecía Rafael. 

—Pero ¿no te das cuenta de que terminaréis siendo parte del Partido Comunista? —le preguntó su padre. Estaban en uno de los desvanes del colegio, dónde habían montado una especie de despacho dónde trasladaron toda la documentación del partido, fuera de la visión directa de su madre, y a dónde sus dos hermanos pequeños tenían prohibido entrar. Fue una de las condiciones de su madre para permitir su afiliación a las JS.

—Qué poca confianza tienes en nosotros, padre.

—Los conozco muy bien, he negociado muchas veces con ellos, y son arrogantes, autoritarios y…

—Posiblemente lo sean, pero no se nos van a imponer.

— Ya me lo dirás hijo, ya me lo dirás.

—Además, no hay nada seguro, solo habladurías.

—Sé, de muy buena tinta, que al menos una vez ha habido una toma de contacto en Madrid.

—De todas maneras, tienes que ser consciente de que se crearía una organización juvenil muy poderosa, y eso nos viene bien.

—Y a los comunistas mucho más. Mira hijo, no debemos perder el tiempo en estás cosas, no en estos momentos. Ahora mismo, lo más importante es formalizar la unión de las izquierdas para las elecciones de febrero. Eso si es importante, no echaros en brazos de los comunistas, —paralelamente a las conversaciones entre las organizaciones juveniles, se había empezado a fraguar un entendimiento entre las fuerzas de izquierda con vistas a las elecciones generales de febrero del 36.

—Padre, no se trata de eso, te lo aseguro. Por hablar no pasa nada.

—Eres muy joven todavía, aunque tú te creas lo contrario. Cuándo los comunistas se sientan a “hablar” es porque ya tienen un plan. Dentro de unos meses me lo cuentas.

—No te lo tomes así, padre. Además, ya no soy un crío.

—Claro que no, pero cómo todos los jóvenes, piensas que los mayores no tenemos ni idea, que somos demasiado… conservadores; pero no es eso: nosotros somos cautelosos, y vosotros, demasiado idealistas.

—Pero padre…

—Yo viví la escisión del partido en los años veinte, y sé lo que pasó: tú no. Y fueron cosas muy feas. Te lo aseguro.


domingo, 15 de enero de 2023

La Atalaya (capitulo 12)

 



—Oye papa, ¿este nuevo general que hay ahora en el gobierno…?

—No es un general, es marino, el almirante Aznar. —corrigió con paciencia Rafael a su hijo mayor, José, que llevaba un rato dándole la tabarra mientras leía la prensa en el patio del colegio.

—Da igual, es lo mismo, es un militar…

—Como te oiga decir eso se va a cabrear: los marinos son muy quisquillosos con esas cosas, —a pesar del coñazo que le estaba dando, lo cierto es que estaba orgulloso de las inquietudes de su hijo mayor. A pesar de sus doce años, ya empezaba a interesarse por la política, algo que su madre, heredera del sentimiento antipolítico de su padre, veía con creciente preocupación. 

—¿Por qué hay tantos generales seguidos?, bueno vale, y un almirante.

—Porque no se presentan a las elecciones. Uno, el general Primo de Rivera, dio un golpe de estado y usurpó el poder. Cuándo se cansó de joder…

—No uses esas palabras con el niño, parece mentira que seas maestro, —le reprendió Nicolasa que cosía a su lado.

—Cuándo se cansó de… fastidiar, se fue y en su lugar se puso otro general: Berenguer, que como ya sabes ha estado poco tiempo. Ahora hay un nuevo militar: el almirante Aznar, que ha convocado elecciones municipales, porque hace muchos años que no se hacen.

—¿Y por qué si son municipales, dice la gente que si ganan las izquierdas el rey se tiene que ir?

—Las izquierdas y los republicanos. Pues porque el rey está muy desprestigiado por el apoyo que ha dado a la dictadura. Pero no es seguro que se vaya a ir, ya veremos.

—¿Y si se va?

—Se proclamara la República.

—¿Y que diferencia hay?

—Ninguna hijo, ninguna, —intervino Nicolasa—. Los mismos sinvergüenzas que había antes seguirán, y si no, aparecerán unos nuevos.

—¡No digas eso! Los compañeros no son sinvergüenzas.

—No son mis compañeros, y harías bien en no llenarle la cabeza de pájaros al niño.

—¡Mama, ya no soy un niño!

—Yo no le lleno la cabeza de pájaros, es él que oye cosas, y pregunta. Todo el pueblo está hablando de lo mismo.

—Como si les fueran a solucionar algo. ¡Están tontos!

—¡Vale mujer! Lo que tú digas.


 

Andújar vivió un ambiente preelectoral con mucha intensidad y una gran expectación. Unión Republicana, Partido Radical Socialista, PCE, Acción Republicana y PSOE, unieron su esfuerzo electoral y sus recursos para rentabilizar al máximo el apoyo republicano y obrero, según ellos, para «captar el voto indeciso de carácter burgués y encauzar el voto con criterios de utilidad». La campaña se desarrolló sin incidentes de importancia, y así se llegó al día 12 de abril.

En el pueblo, las fuerzas monárquicas cosecharon los peores resultados de la historia, repartiéndose los concejales con el bloque republicano: once cada uno, aunque los monárquicos tenían mayoría, frente al PSOE que había conseguido siete. En el resto del país, los republicanos ganaron en los núcleos urbanos y los monárquicos en las zonas rurales. El día 13, después de una intensa actividad política en el Palacio Real, por dónde desfilaron un buen número de políticos, Alfonso XIII difundió su manifiesto de renuncia: «[…] Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. […] No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa. […] Espero que no habré de volver, pues ello solo significaría que el pueblo español no es próspero ni feliz». A pesar de haber arruinado la Nación con su manifiesta ineptitud y su connivencia con la dictadura, mantuvo su regia arrogancia borbónica hasta el final. Aun así, hay que reconocerle el merito de, al final, hacer lo mejor para España: irse. A finales de ese mismo año, el 26 de noviembre, las Cortes promulgaban una ley en la que le acusaban de traición. 


 

El día 14, el telegrafista del pueblo, captó un telegrama en el que se informaba de que la bandera republicana ondeaba en el Palacio de Comunicaciones de Madrid desde las tres de la tarde. Rápidamente, entregó una copia del mismo al concejal socialista electo dos días antes, Emilio González Romero, que inmediatamente se trasladó a la Casa del Pueblo, dónde, con ayuda de otros compañeros socialistas confeccionaron una bandera republicana. A continuación, recorrieron el pueblo con ella acompañados por un gran número de seguidores y la banda municipal, para terminar en el Ayuntamiento, dónde fue izada proclamando la República, ante la resignación de los seguidores monárquicos.

Al día siguiente, el gobernador civil de la provincia, ordenó a los concejales del bloque republicano, crear comisiones en todos los pueblos: «para garantizar a toda costa el orden publico y el respeto a las personas y a la propiedad, auxiliándose, si fuera preciso, del comandante del puesto de la Guardia Civil».

Todos estos sucesos fueron vividos por la familia Morales con gran alborozo, aunque Nicolasa se mantuvo ligeramente al margen. Incluso Servanda y Edelmira, por separado para no levantar habladurías, bajaron de La Atalaya para acompañar a Rafael en las celebraciones.

—A lo mejor podéis regularizar vuestra situación ahora, —dijo Nicolasa a Servanda con cierta ironía cuándo estuvieron a solas— ya has visto que los republicanos lo van a solucionar todo.

—¿Incluso lo que no tiene solución?

—No seas tan negativa: mira que yo lo soy, pero es que tú lo eres más.

—Nicolasa, pero si ni siquiera votamos, cómo quieres…

—Todo llegara… con el tiempo… supongo.

—Eso es mucho suponer, porque aunque en Madrid hicieran algo, esto es un pueblo, y además es muy pueblo a pesar de que se las den de modernos. Es patético.

—Estoy de acuerdo contigo, pero tarde o temprano tendrán que…

—¿Tú te crees que don Fidel y toda esa chusma de beatonas que le rodean, con la generala a la cabeza, van a aceptar que dos mujeres, y además una de ellas gitana, duerman juntas? No digas sandeces.

—Ya sabes que las actividades de tu hermano me parecen una perdida de tiempo, pero lo tuyo no: hay que pelear para que nos reconozcan nuestros derechos. Todos nuestros derechos: los tuyos y los míos.

—Mira Nicolasa, nosotras solo queremos vivir cómo hasta ahora mientras podamos estar en La Atalaya, luego, ya veremos. 

—No seas tan negativa…

—No, no lo soy, soy realista. No sé lo que tardaremos en perder la finca, pero la perderemos, y tú lo sabes. Mi padre lo dejó todo bien preparado para hacerme daño incluso después de muerto, —Nicolasa la miró en silencio: sabía que tenía razón.

—No sé qué decirte, la verdad.

—No hace falta Nicolasa, nunca os agradeceré lo suficiente, a ti y a tu padre, por haber usado vuestra influencia para darnos más tiempo.

—Yo no he hecho nada Servanda, somos una familia, y sabes muy bien, que cuándo no podáis seguir en La Atalaya, podéis venir a la escuela.

—No sé, ya veremos. Estamos ahorrando casi todo lo que vendemos de la huerta. Además, hay algunas cosas de la casa que se pueden vender o empeñar… no sé. Tengo que hablarlo con Rafael. Si reunimos lo suficiente, nos gustaría irnos lejos de aquí.

—Pero ¿cómo que os vais a ir?, ¿nos vas a dejar?

—Aquí ya no me queda nada.

—Nos tienes a nosotros: a tus hermanos y a tus sobrinos que te quieren, y lo sabes. Los niños te adoran.

—Lo sé, pero aquí ya no tenemos futuro. Se me romperá el corazón por dejaros, pero es lo mejor.

—¿Y a dónde queréis ir?

—A América.

—¿A América?

—Estamos seguras de que allí podremos salir adelante… cuándo aprendamos inglés.

—¿A América, América, a los Estados Unidos?

—Sí.

—¿Te das cuenta de que es difícil que podáis regresar?

—Lo sé, pero mira, España esta muerta y no tiene futuro. Esto de la República va a terminar mal, y si no al tiempo. No quiero estar aquí cuándo todo se vaya a la mierda.

—Yo tampoco veo claro todo esto, pero no creo que…

—Dime la verdad, —la interrumpió— ¿tú te crees que estos cabrones van a dejar que los republicanos, o los socialistas, controlen el ayuntamiento?, ¿y el país? Dentro de unos meses me lo dices.

—Espero que te equivoques.

—Te lo he dicho antes muchas veces: no soy la más lista del mundo, —dijo Servanda abrazando a su cuñada— pero de algo estoy segura, de que esto va a terminar cómo el Rosario de la Aurora: a farolazos.


 

Desde el primer momento, Nicolasa pudo comprobar lo acertada que estaba su cuñada. Las elecciones municipales del 12 de abril fueron las últimas, con la excepción de las parciales que se convocaron para el 23 de abril de 1.933, en los municipios dónde no las había habido por concurrir una única candidatura, y que eran 2.500. Los concejales elegidos el 12 de abril, permanecerían en sus cargos hasta marzo de 1.936, momento en que fueron sustituidos por una comisión gestora.

Totalmente imbuido de espíritu republicano, Rafael decidió, con la ligera oposición por parte de su mujer, cambiar el nombre del colegio y acabar definitivamente con la tradición de los «Rafaeles» en su familia: el colegio San Rafael, pasó a llamarse «Instituto Cervantes».

A pesar de lo que pueda parecer, todos los partidos de la izquierda no estaban de acuerdo con la proclamación de la República, el PCE, a pesar de haber participado en el proceso electoral, la califico de «engaño para la clase trabajadora» y proclamo: «¡Abajo la república burguesa! ¡Vivan los soviets!».

domingo, 8 de enero de 2023

La Atalaya (capitulo 11)

 


En medio de esta cotidiana inestabilidad política, que la población intentaba vivir con normalidad, la familia recibió un duro golpe: en 1.926, Segunda, madre y esposa de Rafaeles, apareció muerta en su cama de La Atalaya. Estaba sola. Su marido, que como siempre llegaba muy tarde del casino, dormía en la habitación de invitados. La criada, extrañada por la tardanza en levantarse de su señora, entró para despertarla y la encontró muerta. La capilla ardiente se organizó en uno de los salones del cortijo, donde se aposentaron un buen número de plañideras ataviadas con sus velos negros y armadas con sus rosarios de huesos de aceituna, a la espera de la propina habitual en estos casos. Durante dos días, los vecinos del pueblo fueron desfilando ante ella, y finalmente, su cuerpo fue depositado en la cripta de la capilla, donde reposaban ya varias generaciones de la familia.

Su desaparición agravó ostensiblemente la relación de Servanda y su padre. Segunda, que en los últimos años actuaba de mensajero y “correveidile” entre los dos, era un colchón amortiguador de la manifiesta animadversión existente entre padre e hija. Rafael padre se desentendió definitivamente de la administración de la finca, ya casi lo había hecho, pero no permitía que su hija intentara salvar La Atalaya: cualquier decisión importante, necesitaba de su firma, y nunca se la dio. Al contrario, fue vendiendo parcelas de la finca para ir pagando deudas, la mayoría suyas, fruto de sus andanzas en el casino o con las pelanduscas con las que se le veía con cierta frecuencia. Aun así, Servanda pudo sacar a sus espaldas una parte de la producción de olivas para mesa, y algunos animales, para disponer de algunos fondos con los que pagar los gastos cotidianos de la finca. Su hermano intentó mediar entre los dos, y hacer entrar en razón a su padre, pero cuándo vio que era imposible, aconsejó a su hermana que se desentendiera y se fuera a vivir con ellos. Servanda se negó, en el fondo de su alma quería salvar La Atalaya.

—Mira, padre está descontrolado y no te va a dejar hacer nada, —le decía Rafael a su hermana.

—No puedo dejar La Atalaya: mama y los abuelos están enterrados aquí…

—¿Y qué?

—Además, ¿qué hacemos con los peones y con los criados?, llevan toda la vida con nosotros.

—Padre está alcoholizado, y además está mal de la cabeza: va a seguir malvendiéndola para pagar sus historias.

—Todavía puedo intentar salvar…

—Lo sé hermanita, lo sé, pero es que no te va a dejar. Ni nosotros, ni la finca, le importamos lo más mínimo. Solo quiere dinero para jugárselo y dárselo a sus putas.

—Sabes que te agradezco tu oferta…

—Nos vendrías muy bien, podrías echar una mano a Nicolasa con los más pequeños.

—¿Con lo sociable que soy? No digas bobadas, asustaría a los niños.

—Eso no es cierto, —dijo Rafael abrazando a su hermana.

—No, en serio, mientras tenga fuerzas quiero seguir intentándolo.

—Le he propuesto a padre que me transfiera la firma, que yo me ocupaba, pero se ha negado.

—¡Pero tu no puedes dejar la escuela!

—No la iba a dejar: tú la diriges y yo firmo. Pero…

—Ya, ya. Desengáñate, se va a llevar La Atalaya a la tumba.

—Venga, no digas eso, todavía se puede solucionar.

—Me odia, y lo sabes.

—¡Cómo te va a odiar!

—¡Claro que sí! Ha concentrado en mí todas sus frustraciones. Yo sé que no soy una maravilla, pero por lo menos lo intento, y estoy segura de que podría haberla sacado adelante. El no. la situación de La Atalaya es únicamente culpa suya; y no me refiero a lo que está pasando ahora: es culpa suya desde el principio. No supo, o no quiso reaccionar cuándo aquí nos cerraron las puertas.

—Estás siendo muy dura Servanda.

—¿Dura? Padre tuvo varias ofertas para sacar de Jaén toda la producción de olivas y las rechazó. No era a precio de aquí, pero la hubiera sacado en lugar de pudrirse. También tuvo ofertas para sacar los guarros hacia Salamanca, y también lo rechazó.

—¡Venga ya! Eso no puede ser, ¿cómo lo sabes?

—Porque he visto las cartas y los documentos…, y muchas más cosas que hay en su despacho.

—No se…, posiblemente habrá una explicación. 

—Claro que la hay: no tiene ni idea. No va a permitir que yo la saque adelante para no quedar en evidencia. ¡Servanda la inútil! Que bien le ha venido. Pues en poco tiempo, “la inútil”, ha aprendido mucho más de lo que él sabe con toda su experiencia. 

—Desgraciadamente no parece que haya solución…

—Si la hay: que se muera y deje de vender parcelas.

—Venga mujer, no seas así.


 

Su padre nunca más regresó a La Atalaya. Alquiló una modesta casa en el centro de Andújar donde iba a dormir la mona y desde donde siguió expoliando la finca para seguir con el juego, el alcohol y las putas. Finalmente, Servanda tuvo que despedir a todo el servicio y a los pocos peones que quedaban. A todos, salvo a una de las criadas: una chica mestiza de su edad de ascendencia gitana, que se llamaba Edelmira. En absoluto secreto, las dos habían iniciado una relación sentimental un año antes. Cerraron todas las dependencias del cortijo, solo conservando la cocina, dos habitaciones adyacentes y un baño. En ese espacio, minúsculo, con relación al resto de la casa, Servanda fue por primera vez, verdaderamente feliz en su vida. Poder dormir abrazada a su amor significó mucho para ella. Crearon un huerto donde cultivaron verduras para que Edelmira las vendiera los días de mercado. Mientras tanto, La Atalaya languidecía acosada por la acción depredadora de su padre. Al principio, las dos intentaron mantener en buen estado los olivos, pero terminaron desistiendo: era un trabajo imposible para solo dos personas.

Nadie supo jamás de su relación con Edelmira: hubiera sido un escándalo colosal en la mojigata sociedad andujareña. Solo su hermano y su cuñada estaban al tanto, y la apoyaron incondicionalmente. Además, conocían a Edelmira y sabían que era una buena chica, o al menos eso creían. Las dos crearon su paraíso particular fuera de la vista de los demás, y de la acción de las leyes de escándalo publico vigentes en España, una situación que no se normalizó hasta la proclamación de la II República, que abolió cualquier legislación en contra de la homosexualidad.


 

Con la situación política como siempre, La Atalaya también como siempre, Servanda y Edelmira, semiaisladas en su discreto nido de amor, y el colegio San Rafael funcionando suficientemente bien, se llegó al final de esa década: era 1.930. Rafael padre estaba en el casino del pueblo, en la sala de lectura, hojeando distraídamente El Guadalquivir mientras llegaba alguien con quien jugar a las cartas. Sintió un fuerte dolor en el pecho y cayó fulminado al suelo. Cuando el médico llegó, ya no pudo hacer nada por él salvo certificar su muerte. Su hijo fue avisado inmediatamente y se hizo cargo de todo. La capilla ardiente se instaló en unas dependencias situadas en el sótano del mismo casino, ante la negativa de Servanda de que se hiciera en La Atalaya.

—¡Venga hermanita! No seas así. 

—¡Te he dicho que no! Prácticamente vivía allí, y allí era donde le sacaban los cuartos. ¡Pues que se lo queden ellos!, que le velen sus putas, y porque no tenemos dinero, que si no, te aseguro que no lo iban a sepultar en la cripta al lado de madre.

—Es de buenos cristianos perdonar.

—¡Venga ya! ¿y me lo dices tu que eres ateo perdido?

—Venga mujer…

—He dicho que no, además, las tonterías religiosas hace tiempo que desaparecieron de mi vida, ¿o ya no te acuerdas que vivo en pecado mortal?

Un par de días después, una comitiva de una docena de vehículos, seguían al coche fúnebre que pesadamente subía por la cuesta del santuario, para desviarse por el camino que conducía a la entrada principal de La Atalaya. Desde el huerto, Servanda vio llegar la comitiva fúnebre mientras trabajaba con la azada, pero siguió con su labor: Rafael se ocupó de todo.

Si con la muerte de su padre, Servanda tenía alguna esperanza de salvar La Atalaya, la lectura del testamento lo echó por tierra: la situación era peor de lo que imaginaba. Su padre, no solo había vendido partes significativas de la hacienda, también había hipotecado el resto. Con los cálculos que hizo Servanda, ni vendiendo a precio de mercado la producción de olivas que quedaba, daba para pagar las deudas. Eso significaba que, con el tiempo, se convocaría concurso de acreedores y se perdería todo, incluida la casa. Todo dependía de la prisa que quisieran dar al proceso de desahucio. Nicolasa presionó a su padre para que utilizara su influencia con el estamento judicial y con los bancos, para que se ralentizara el proceso lo más posible, pero era un hecho, que tarde o temprano Servanda y Edelmira, se quedarían en la calle y tendrían que ser acogidas por su hermano.