lunes, 2 de enero de 2023

La Atalaya (capitulo 10)

 


Al contrario que el negocio familiar, la situación de la escuela era razonablemente buena. Les daba para llevar una vida relativamente desahogada, pero sin grandes alardes. Además, Nicolasa contaba con la complicidad de su madre y su suegra que siempre distraían algo del presupuesto familiar para los nietos, eso sí, a espaldas del padre. En el plano político, Rafael hijo no había tenido problemas con la represión del movimiento obrero. Tanto en la Casa del Pueblo como en el PSOE, su presencia se limitaba a participar en lo debates, pero no tenía ningún cargo en la dirección del partido o del gremio de enseñantes. Además, varios miembros de la Guardia Civil, llevaban a sus hijos al colegio San Rafael, y confidencialmente, le habían asegurado que su nombre no estaba en las listas: todos sabían que era moderado.

Un poco antes de que naciera Miguel, puso en marcha un plan a alfabetización de adultos en una de las habitaciones de la Casa del Pueblo. Su objetivo era enseñar a leer y a escribir a los jornaleros analfabetos, que era una inmensa mayoría, para que pudieran leer los contratos que los capataces les hacían firmar. Todo iba muy bien hasta que un grupo de mujeres le pidieron que también les enseñara a ellas. Rafael no tuvo inconveniente, pero sus maridos, y gran parte de los solteros sí. ¿Por qué los hombres no querían que sus mujeres aprendieran a leer y escribir? Porque no querían tener en casa a alguien más listo que ellos. Incluso don Fidel, el cura párroco de Santa María, un clérigo razonablemente joven que se las daba de moderno pero que en realidad tenía una mente arcaica y retrógrada, intervino en la polémica: dijo que era una indecencia que las mujeres abandonaran sus obligaciones conyugales para reunirse con otros hombres. ¡Cómo si estuvieran de fiesta! En ese momento, Nicolasa que asistía a la polémica muerta de risa por el lío en el que se había metido su marido, saltó claramente ofendida, y después de poner públicamente a caldo al cura ante el regocijo de los vecinos, propuso dar clases ella misma a las mujeres en la misma escuela. Así se crearon los dos grupos, dos veces a la semana, por la tarde, los hombres se alfabetizaban en la Casa de Pueblo, y después se tomaban unos vinos en la cantina de los gremios. Las mujeres lo hacían en la escuela, y cuándo terminaban no se iban de vinos, se iban a sus casas. Ni que decir tiene que, estas últimas, avanzaron mucho más que sus maridos y sacaron más provecho de las clases de Nicolasa que los hombres de las de Rafael, y es que, como dice el refrán: “de donde no hay no se puede sacar”.

Ni que decir tiene, que don Fidel no quedó muy complacido con la embestida de Nicolasa. Hombre poco prudente dialécticamente hablando, pero razonablemente inteligente, supo morderse la lengua, guardar silencio y aguantar estoicamente los comentarios de sus parroquianos con una sonrisa en los labios. A pesar de su matrimonio con Rafael, Nicolasa era una Gil, y eso era algo que el nunca olvidaba.

—Don Rafael, por favor, —quien le llamaba desde la puerta del aula, era uno de los peones de La Atalaya, compañero de UGT, que se encontraba en Andújar para recoger con el carro, unos sacos de grano para la granja de La Atalaya. Rafael se aproximó a la puerta, mientras llamaba la atención a los niños, que aprovechaban cualquier circunstancia para alborotar un poco—. Algo ha pasado, el ayuntamiento está reunido de urgencia y el capitán de la Guardia Civil ha sacado a la calle a todos los números del cuartel. Él esta ahora en el ayuntamiento.

—Que raro, ¿y no se sabe nada…?

—Todo son rumores, unos que en Madrid, otros que en Barcelona, nada concreto. Los compañeros se están congregando en la Casa del Pueblo.

—De acuerdo, voy a mandar a los niños a sus casas y ahora me acerco a ver.


 

Era el 13 de septiembre de 1.923, el general Miguel Primo de Rivera, capitán general de Barcelona, había encabezado un golpe militar con el que, supuestamente, pretendía acabar con los males que afligían al país. Inmediatamente suspendió la Constitución de 1.876 y decretó el estado de excepción, comenzando una cohabitación, de acuerdo con el modelo italiano, en el que la Corona y la dictadura colaborarían con un mismo objetivo. Unos meses antes, cuando se reunieron las Cortes Generales, el 23 de mayo, la cámara legislativa estaba formada por 22 agrupaciones distintas y prácticamente irreconciliables: demócratas, liberales, izquierdistas, liberales agrarios, reformistas, nicetistas, conservadores, ciervistas, albistas, mauristas, regionalistas, republicanos, socialistas, unionistas monárquicos, nacionalistas catalanes, nacionalistas vascos, integrantes de la Liga Monárquica Vizcaína, tradicionalistas carlistas, católicos, clases mercantiles, agrarios, integristas e independientes. En definitiva, según el nuevo dictador, era imposible gobernar. No hubo oposición significativa al golpe, salvo de parte del PCE y la CNT que durante los siguientes años sufrieron la represión de la política contrarrevolucionaria del nuevo régimen. Por el contrario, PSOE y UGT, optaron, primero por la resignación, y luego, por la colaboración, en algunos casos descarada. 

En Andújar, el ayuntamiento constitucional se disolvió por propia voluntad el mismo día del golpe, y también por indicación del capitán de la Comandancia. El día 2 de octubre se constituyó la Junta de Portavoces Asociados que suplantará la legitimidad municipal bajo la atenta mirada de la Guardia Civil. El pueblo lo vio como un chanchullo más de los muchos que había en la vida política del país en general y de Andújar en particular.  

En la Casa del Pueblo la situación se agrió bastante. Todavía estaba muy reciente la escisión del PCE y la línea de colaboración impuesta por la dirección nacional causó no pocos encontronazos. Rafael, desde el primer momento, se alineó al lado de la oficialidad: como Largo Caballero, pensaba que lo mejor era trabajar desde dentro de las instituciones.

—De verdad que no te entiendo, —le dijo Nicolasa en la intimidad de su casa—, desde que te conozco has despotricado de ellos, ¿y ahora vas y colaboras?

—Mujer, es política y…

—¿No insinuaras que no tengo ni idea de política?

—¡Claro que no…!

—Una cosa es que no me guste, y otra, muy distinta, que no sepa de lo que hablo.

—Por supuesto, cariño, por supuesto. No me saques las uñas, que me conoces de sobra. ¿Qué quieres, que salgamos a la calle a enfrentarnos a la Guardia Civil?

—Pues claro que no, no digas majaderías, pero es que esta situación es irritante.

—Lo mejor es capear el temporal y luego ya veremos. Primo de Rivera ha dicho que va a devolver el poder en cuándo pueda.

—¿Y os lo creéis? ¡Venga ya no fastidies! Solo te voy a decir una cosa, y me da igual lo que te digan tus amigotes del partido: si Pablo Iglesias no estuviera muriéndose, seguro que la situación seria otra. 

—Mujer, que no se está muriendo.

—Le falta poco, y con los disgustos que le estáis dando, menos. No me gusta ese… Largo Caballero.

—¡Qué exagerada!

—No me parece de fiar. No me gusta.


 

Políticamente hablando, los años de la dictadura fueron relativamente tranquilos. Los ayuntamientos, nunca representativos, surgidos del Estatuto Municipal de 1.924, fueron corporaciones caracterizados por “no hacer política y si administración”. Ese estatuto posibilitó que, por primera vez, dos mujeres fueran elegidas concejalas, pero elegidas a dedo y por una mera cuestión estética. Hasta la proclamación de la II República, la mujer española no conseguiría plenamente sus derechos sociales y políticos, que por cierto fue, con la oposición de parte de la izquierda. 

De todas maneras, los andujareños no vieron gran diferencia entre unas corporaciones y otras: los representantes de los antiguos partidos estaban presentes en ellas, principalmente conservadores y liberales. Para intentar salvar las apariencias, el régimen, a partir de agosto de 1.924, intentó implantar en Andújar un nuevo partido: la Unión Patriótica. El diario El Guadalquivir, informó del acto que organizó el gobernador civil, el marques de Foronda, para presentarlo: «Vienen a movilizar a los hombres de bien en torno de la bandera patria; a trabajar por la reconstrucción nacional, sobre la base de la exaltación del concepto ciudadano, a preconizar el mejoramiento de la agricultura; a incrementar ese nuevo y creciente número de hombres sanos que el Directorio quiere que en su día le suceda para continuar la obra de la regeneración de España; a reafirmar el gran partido de Unión Patriótica, que tan señalados servicios está llamado a desempeñar». Cuándo años más tarde (1.930), el dictador tuvo que salir al exilio, sustituido por uno nuevo, el general Berenguer, al partido le hicieron un lavado de cara, pasando a llamarse: Unión Monárquica Nacional. En esos años de dictadura, los sucesivos ayuntamientos fueron copados por ese partido, pero también tuvieron la colaboración de los antiguos partidos, y de tres concejales del PSOE. Fue el colofón de la colaboración socialista de Andújar con la dictadura, que se inició con la visita que el gobernador civil y el alcalde, hicieron, en diciembre de 1.924, a la Casa del Pueblo para acordar las condiciones de la recolección de la aceituna de esa campaña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario