lunes, 26 de septiembre de 2022

Tiempo extra (capitulo 17)

 


 

Han pasado dieciocho años desde que una lluviosa y fría noche de otoño, vi la silueta de José Luis, recortarse con el contraluz de la iluminación nocturna de la calle donde estaba situado el club La Alondra. Muchas cosas han pasado en estos años, en los que inmersa en una burbuja de felicidad, pasé, de ser una puta esclavizada a convertirme en una galardonada y respetada líder mundial. Como le oí decir al catedrático de psicología de la Universidad de Columbia, Walter Mischell, durante una conferencia: «la felicidad es cuestión de voluntad». Aunque reconozco que lo que me ocurrió me ha dejado huella, tengo una firme voluntad de ser feliz y él me ayuda. Si dijera ahora que José Luis es el artífice, se enfadaría, y mucho, y no lo aceptaría. Lo negaría rotundamente y diría que todo lo que soy es por méritos propios, como el personaje de Conan que fue rey por méritos propios, una de esas cosas raras que pasan en los cómics y que por ejemplo en España, no pasan. Pero hay cosas que tengo claras, y una de ellas es que el siempre ha estado a mi lado, apoyándome, facilitándome las cosas y sobre todo amándome.


 

Hoy estamos en Washington, la Liga por la Dignidad ha convocado a sus lideres mundiales, y a todos sus seguidores norteamericanos, a un acto multitudinario en la explanada del obelisco, frente al Capitolio y la imponente estatua de Lincoln. El acto coincide con la asamblea general de la Organización Mundial de Comercio que pretende reformar el sistema económico internacional, con el que los perjudicados serán los pobres y los beneficiados los de siempre. Ha llegado el momento de plantar cara. No podemos seguir retrocediendo mientras ellos continúan avasallando los derechos y la dignidad de las personas, para engordar su cuenta de resultados, y todo, con la complicidad de los gobiernos occidentales, supuestos garantes de la libertad y la democracia.

Estoy un poco asustada, el lugar me impone y me emociona. Un 28 de agosto de 1.963, bajo la fría mirada pétrea de Lincoln, Martin Luther King, un gran americano, pronunció su maravilloso discurso: “He tenido un sueño”.

No sé si podré estar a su altura, si daré la talla. No creo, es imposible igualar a una figura tan descomunal cómo la suya. Desde el escenario, junto a personas que quiero y admiro, y gente de la farándula embarcados en proyectos humanitarios cómo Angelina, veo la enorme multitud de más de dos millones de personas que esperan expectantes mi discurso, rodeadas de miles de policías antidisturbios que miran con aprensión un gentío tan enorme.

Desde primera hora de la mañana, grupos de música y cantantes en solitario, se han ido alternando con oradores más o menos conocidos. Ha llegado el momento, me anuncian, me dirijo hacia el micrófono que tienen que bajarlo y comienzo a hablar.

—»Hace cuarenta años, en este mismo lugar y bajo la mirada inspiradora de Lincoln, un gran americano pronunció una verdad incuestionable: todos los seres humanos somos iguales, no importa el color de su piel, no importa ni su religión ni sus ideas políticas. Y yo os digo que esa es una verdad fundamental, que solo hay una única raza en el planeta: la raza humana. Él decía que los negros eran emigrantes en su propio país y nosotros no podemos ser emigrantes en nuestro precioso planeta. Este planeta, que es donde vivimos y el que nos da de comer, no puede estar a expensas de intereses comerciales de dirigentes políticos y empresariales, podridos por la avaricia. Tenemos derecho a vivir, tenemos derecho a ser felices, a nuestra dignidad, y nuestro futuro no puede estar comprometido por la ambición sin limites de los mismos, que han arruinado varias veces a naciones enteras, para luego enriquecerse con su “milagro” económico. No podemos seguir retrocediendo, aquí hay que trazar una línea y comenzar a avanzar a partir de ella. Hay que hacer cumplir las promesas de Obama y Gordon Brawm de reformar la economía mundial, promesas que ya han olvidado. Que pronto lo han hecho. Todos, al final, sucumben al poder de los millonarios y sus intereses.

»Hoy puede ser un gran día y los millones que nos encontramos aquí, en este glorioso lugar, somos la representación de los cientos, miles de millones de seres humanos que no tienen que pasarlo mal para que otros se dediquen a coleccionar millones como diversión principal. La dignidad de las personas es inviolable, y ya sé que la dignidad no da dividendos, pues habrá que conseguir que los beneficios económicos de unos cuantos, no sea a costa de pisotear los derechos de la mayoría. Todos juntos podemos conseguirlo, solo recordad que un hindú con taparrabos, puso a una superpotencia contra las cuerdas con sus campañas pacificas de boicoteo. Consiguió su objetivo: la independencia de la India, pero le costó la vida a manos de un miserable radical. ¿Qué estamos dispuestos a arriesgar? Es la hora de los valientes de espíritu, es la hora de cerrar los puños y gritarles a la cara: ¡hasta aquí hemos llegado!

»Queridos amigos, yo no soy una heroína, ni mucho menos, pero os aseguro que, si comenzamos a avanzar hacia la libertad, yo estaré siempre en la primera fila, hombro con hombro con todos vosotros.

Temblando como una hoja me retiré del micrófono y me refugie en los acogedores brazos de José Luis. Estas cosas me ponen de los nervios y los voltios se me disparan. Desde la cálida seguridad de mi refugio sentí rugir al público, noté que todos están conmigo, que me apoyan. En el escenario todos me felicitaban y me besaban.

Este acto multitudinario, transmitido simultáneamente vía satélite y conectado con decenas de actos similares en todo el mundo, marcará un punto de inflexión a partir del cual las cosas comenzarán a cambiar. El mensaje caló definitivamente en la gente y los políticos vieron comprometidas sus reelecciones cuando el pueblo les exigió una acción más decidida contra el hambre y la miseria, contra la corrupción y la falta de decencia política como en España. Pero no me engaño, no soy tan tonta. El poder del dinero es enorme y lo que les pase a los demás, les importa una mierda. Están enfrascados en una reforma para salvar su economía y sus ganancias a costa de los de siempre. Una reforma salvaje que en España empobrecerá drásticamente la población, mientras a ellos los enriquecerá a niveles siderales.


 

Mi pelea con las multinacionales farmacéuticas iba en aumento según nuestro centro de investigación seguía patentando compuestos de bajo coste, tanto diseñados por mí, o por los investigadores que en el trabajaban. En España, la cosa no era distinta: los encontronazos con los corruptos del PPP, los supuestos nuevos socialistas y la Conferencia Episcopal eran continuos. Siempre que tenía oportunidad denunciaba sus manejos, de unos y de otros. En respuesta, ellos me ponían a “parir”, y los curas, incluso, mandaban a sus radicales a rezar el rosario en la entrada principal de la clínica. En una ocasión, cuándo en compañía de unos amigos, salía de la clínica para tomar un café en un bar cercano, un radical con trasnochada sotana preconciliar, intentó ponerme a la fuerza un escapulario, creo que de santa Gema. El escolta que nos acompañaba, ese día una mujer, le dejó sin dientes con una patada y hubo que ingresarle en la clínica. Aunque el juicio posterior por agresiones lo ganamos, (el individuo denunció al escolta por agresión y a mí por incitarle), la clínica corrió con todos los gastos dentales, por supuesto en nuestras instalaciones. Desde los medios de comunicación de la derecha rancia y casposa, y de los curas, no menos casposos y rancios, la campaña contra mí se fue agravando hasta limites intolerables. Los insultos eran continuos y las falsas acusaciones también. José Luis contraatacaba sacando a relucir los trapos sucios de políticos, y empresarios relacionados con ellos, y de unos cuantos curas, lo que causó que la fiscalía anticorrupción se viera obligada a impulsar un buen número de procesos de investigación, eso sí, no sin reticencias y arrastrando los pies. En este clima enrarecido, fétido y nauseabundo, llegamos a finales de año.


 

Eran sobre las nueve de la mañana cuando entramos por la calle de atrás de la clínica. Por motivos de seguridad, José Luis nunca repetía el itinerario, pero el acceso a la clínica a través de la valla del perímetro, solo presentaba dos posibilidades, la calle por donde se accedía a la entrada principal, o la calle de atrás, de un solo sentido y estrecha a causa de los coches que aparcaban a ambos lados y por dónde entraban los vehículos de reparto. Al final, te acostumbras a tantas medidas de seguridad y lo tomas como rutina. Al principio me agobiaba, pero luego descubrí que me agradaba, primero porque estoy más tiempo a su lado y segundo por lo charlatana que soy: soy el terror de mis escoltas.

El coche avanzaba despacio por la calle cuando de improviso algo golpeó el parabrisas por mi lado haciéndole una especie de flor de hielo. Al principio no comprendí que es lo que pasaba, pero él sí. Como no podíamos retroceder, teníamos un coche detrás, dando un fuerte acelerón recorrió unos metros e intentó derribar una de las puertas laterales de la valla de la clínica que estaba cerrada, mientras las balas seguían estrellándose contra el cristal blindado del todoterreno. El impacto fue terrible: el vehículo saltó y aunque la puerta casi cayo hacia delante, se quedó atascado cabalgando sobre ella. Apartando como pude el airbag, vi salir a José Luis con su pistola de la mano mientras las balas seguían golpeando mi lateral del vehículo. Sentí un golpe seco en mi brazo derecho, todavía confusa me mire asustada y vi sangre. Un dolor intenso comenzó a apoderarse de mí y después nada, oscuridad.


 

Nada más salir, pasó la pistola por encima del techo y disparó ocho veces seguidas, en tandas de dos, contra los terroristas alcanzando a dos de ellos que no se esperaban una reacción tan fulminante y decidida. Mientras cargaba la pistola parapetado por el coche, fue hacia la parte trasera desde donde volvió a disparar. Cuando llegaron los de seguridad, dos se quedaron con él y los otros dos siguieron por el patio interior para cogerlos por detrás. En el tiroteo siguiente otros dos terroristas fueron abatidos. Todo esto lo cuento de oídas. Desde que todo se hizo negro no recuerdo nada, hasta una fugaz y borrosa visión de su rostro días mas tarde.

Cuanto todo acabó, salieron de detrás del coche. Tres cadáveres yacían en el suelo, junto a otro terrorista herido que portaba un lanza granadas y que por fortuna no pudo utilizar. Por eso José Luis salió del vehículo con la pistola, porque lo había visto. Al principio no se preocupó de mí, sabía que yo estaba segura dentro del coche acorazado. Apoyó la espalda en mi lado del coche y con los dedos golpeo suavemente el cristal sin obtener respuesta, giró la cabeza y me vio reclinada sobre la masa fofa del airbag, sujeta por el cinturón de seguridad. Abrió la puerta he intentó sujetarme por debajo, y notó que la mano se empapaba con mi sangre. Se incorporó y vio como Steve llegaba corriendo seguido de Haans.

—¡Steve! ¡Steve! —gritó aterrado—. ¡Rápido, esta herida!

Steve, siempre seguido por Haans, rodeo el coche, introdujo el cuerpo por la puerta y me examino. Inmediatamente se percató de que una bala me había traspasado el brazo y se había alojado en mi costado derecho entrando en el pulmón: estaba en parada cardiorrespiratoria.

—¡Rápido sácala! —le gritó a Haans echándose a un lado—. ¡Sin contemplaciones!

Haans soltó el cinturón, tiró de mí y me tumbó en el suelo. Inmediatamente Steve comenzó las maniobras de reanimación mientras Haans me hacia el boca a boca, sin resultado, estaba muerta. Los equipos de emergencia llegaron rápidamente y Steeve tomó una decisión difícil y peligrosa, una decisión que me salvo la vida. Pidió un bisturí y comenzó a abrirme el costado mientras daba ordenes a los sanitarios que le ayudaban para que me pusieran un tubo endotraqueal. Según habría, iba pinzando los vasos hasta que pudo llegar al corazón por debajo del esternón. Cuando lo hizo, inyectó epinefrina directamente en el ventrículo izquierdo, lo estimuló con la mano y consiguió reanimarlo. No tengo la más mínima duda: le debo la vida.

Retirado un par de metros, José Luis asistía aparentemente impasible a la escena. Pero su frialdad era solo aparente, lo sé muy bien. Si hay algo de lo que no tengo la más mínima duda es de sus sentimientos hacia mí. Sin lugar a dudas, fue el peor momento de su vida porque era algo que él no podía controlar.

Rápidamente me llevaron a quirófano, mientras, José Luis se tuvo que quedar en el lugar del atentado para atender a la policía que ya había llegado. Dos terroristas lograron escapar en coche y fueron interceptados en la avenida de Córdoba por la Guardia Civil. Durante el tiroteo, uno de los terroristas resultó muerto y el otro herido leve.

Mientras esto ocurría, José Luis seguía al lado del vehículo en compañía de Alicia, jefa de seguridad de la clínica y que también le acompañaba en sus actividades en África. Cómo ya he dicho, la policía ya había llegado y mientras se movía de un lado a otro explicando a los investigadores como había ocurrido todo, Alicia inspeccionaba la puerta de vehículo: sabía perfectamente que lo que había ocurrido no era posible. Hacia casi dos años que asesoró a José Luis en la compra de los dos vehículos: este, en el que viajábamos, y el que usaban para el servicio de la casa cuándo hacia falta. Posteriormente viajó a Japón para supervisar el montaje final de los vehículos. Con un lápiz inspeccionó uno a uno los orificios de los impactos en el lateral hasta que vio que uno caló: el lápiz entró totalmente. ¿Cómo era posible? En un vehículo de máxima categoría eso no puede suceder, y menos con munición de armas ligeras. Tiró del protector interior de la puerta y lo que vio la puso mal cuerpo. La plancha blindada que en teoría debía ser de una pieza y que estaba adosada a la chapa de la puerta por el interior, estaba formada por una serie de grandes piezas soldadas entre sí formando una especie de rompecabezas, y por una de las juntas, donde la soldadura estaba carbonizada, penetró la bala. Una casualidad fatal, una posibilidad entre cientos de miles, pero que ocurrió. Alicia llamó a José Luis y se lo enseñó. Cuando lo vio, no daba crédito a sus ojos, incorporándose intentó ordenar sus ideas, pero no pudo. En un arranque de furia tan inusual en él, comenzó a dar patadas a la puerta hasta que esta cedió hacia delante completamente. Después preso de desesperación e inclinándose hacia delante gritó con rabia, con furia, con miedo. Un grito que se escuchó casi en toda la zona.


 

Las investigaciones siguientes descubrieron la conexión de los terroristas, que eran neofascistas y ultracatólicos, con las juventudes del PPP y el propio partido. Los dos heridos cantaron a dos voces y el líder del grupo terrorista, que también era miembro de los radicales de un gran club de futbol, fue localizado oculto en los sótanos de la sede central del PPP, en las inmediaciones de la plaza de Colon, en Madrid. Varios dirigentes nacionales cercanos a la ideología del expresidente del partido, cómo ya he dicho, un personaje estrambótico que fue durante dos legislaturas presidente del gobierno, fueron detenidos y muchos más dimitieron de sus cargos por el escándalo consiguiente, rojos de vergüenza, o al menos eso parecía. No se pudo demostrar que el “líder” estuviera involucrado. Un año después, el partido fue refundado con el nombre de Partido Para el Porvenir (PPP).

También se demostró cierta conexión financiera con las multinacionales farmacéuticas, pero solo fueron detenidos y procesados, un par de ejecutivos de poca monta que cargaron con todas las culpas. Mientras tanto, durante algunos días yo me debatí entre la vida y la muerte.


 

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