domingo, 9 de octubre de 2022

Tiempo extra (capitulo 19 y epilogo)



—¡Qué raro! No hay nadie, —exclamé cuando entramos y vimos que todo estaba casi a oscuras. Habíamos accedido desde el callejón de San Gines por un pasillo oscuro que no conocía y lleno de trastos de todo tipo. Una luz iluminaba levemente el centro del escenario, rodeado de la más absoluta oscuridad—. ¿Por dónde te has metido nene? Esto es el escenario.

—Ven mi amor, —dijo abrazándome por detrás mientras me rodeaba con los brazos—. Voy a hacer magia.

 —Yo sé muy bien donde tienes la magia, —le dije mientras le acariciaba la entrepierna.

Percibí un leve murmullo que me hizo ponerme alerta. Rápidamente, José Luis, un poco abochornado, atrajo mi atención y señalando a la oscuridad hizo chasquear los dedos. En ese momento, una descarga descomunal de cientos de fogonazos que parecían uno solo me sobresaltó. El fogonazo fue producido por cientos de cámaras fotográficas desechables disparando sus flases. Tras el susto y la sorpresa inicial, comencé a oír el «cumpleaños feliz» y la sala del Joy Eslava se iluminó. Cientos y cientos de amigos me aplaudían sin parar, haciendo palpable el cariño que siempre me demostraron. Entre las primeras filas de mesas, vi a varios lideres mundiales de los importantes, de los que no son jefes de estado, de gobierno o de partido. Muchos más llenaban la sala, amigos de Villaverde, de la clínica, de EE. UU., de Kioto, de casa, hasta más de quinientos. Verlos a todos reunidos me impactó: nunca pensé que tuviera tantos. Quise salir corriendo a abrazarlos a todos, pero me lo impidió sujetándome de la mano. Las luces bajaron de intensidad y los acordes de “The Time of My Life”, que se popularizó por la banda sonora de Dirty Dancing, comenzaron a sonar. Rodeándome la cintura con su brazo, comenzó los primeros pasos de un mambo que hace mucho tiempo bailamos en un club de baile cercano a Columbus Circle. Después de los primeros compases y como en la película, un grupo de mis amigos más íntimos se unieron a la coreografía mientras yo esperaba para saltar a sus brazos. Allí arriba, horizontal, con los brazos extendidos cómo una súper heroína voladora y mientras todos me aplaudían, creí que era el summum de la felicidad. Pero me equivocaba, era solo el comienzo de una noche repleta de emociones, sorpresas y lágrimas de alegría.

Una vez concluido el baile y en medio de atronadores aplausos, José Luis presentó a los cantantes en los que, presa de la excitación del momento, no había reparado: dos súper conocidos cantantes estadounidenses que eran pareja. Hacia varios años que no los veía, pero no dudaron ni un momento acudir a su llamada.

Comencé un verdadero maratón de besos y abrazos, tenía muchos cientos que dar: incluso subí a las balconadas superiores del teatro. Mientras tanto, José Luis desde un rincón de la sala y con un walkie de la mano dirigía el espectáculo. Desde el fondo del escenario una orquesta amenizaba la noche, salvo en las ocasiones en que algunos amigos y amigas cantantes amenizaban la fiesta con mis canciones favoritas, mientras los camareros circulaban entre las mesas atentos a los deseos de los invitados.

Sobre las dos de la madrugada un nuevo grupo musical apareció en el escenario mientras una ligera niebla artificial lo cubría. Después de los primeros compases, un punteo de guitarra me hizo estremecer. Emergiendo del suelo entre la bruma, como una figura mitológica, apareció José Luis. Interpretó tres canciones acompañado por algunos amigos, al término de las cuales me hizo subir al escenario donde habían colocado tres sillas con sus respectivos micrófonos. Acompañados a la guitarra por María, uno de los músicos que participaron en el espectáculo, interpretamos a duras penas y entre las risas del público un tema de Víctor Jara: “Te recuerdo Amanda”.

—Presta atención Ángela, —me reprendió María después de la tercera interrupción—. Esto va a quedar hecho una mierda.

—Creo que ya lo está quedando, —corroboró José Luis riendo.

—¡Joder tíos! —repliqué.

—Pues con lo lista que eres…

—Si me hubierais avisado con tiempo me hubiera sacado un master, no te jode, —repliqué a María sacándola la lengua ante las risas de los asistentes.

—Está claro que cantar, lo que se dice cantar, no canta un pimiento, pero las palabrotas se la dan de miedo, —dijo José Luis riendo y por supuesto se ganó que le sacara la lengua a él también.

Cuando por fin terminamos, después de varias interrupciones más, permanecimos los dos en el centro del escenario y José Luis comenzó a hablar mientras por detrás me rodeaba otra vez con sus brazos.

—En el par de años transcurridos desde que celebramos el último cumpleaños de Ángela nos han pasado muchas cosas. Cosas muy importantes que nos han llenado de satisfacción: su premio Nobel, su segundo premio Carlomagno y su Premio de Derechos Humanos de Naciones Unidas. También momentos de gran emoción, como en la explanada de obelisco en Washington: “todos los seres humanos somos iguales, solo hay una única raza, la raza humana”. Sus discursos en la recogida del Novel y del Carlomagno, —mientras él repetía las palabras que pronuncie hace más de un año, refugiada entre sus brazos, los acontecimientos vividos no solo recientemente, sino desde que le conocí, pasaron velozmente por mi mente—. También hemos tenido momentos terribles, en los que estuve a punto de perder lo que más quiero en la vida. Momentos de temor y desasosiego. Pero cómo todos vosotros sabéis muy bien, a peleona y pesada no la gana nadie, y nadie, ni terroristas, ni políticos, ni corruptos, ni curas, ni altos ejecutivos empresariales, lograran jamás que se esté calladita y deje de luchar por los desfavorecidos y por lo que ella considera justo. Tampoco conseguirán que deje de investigar y de encontrar nuevos remedios a enfermedades olvidadas o no rentables porque son endémicas de países pobres.

»No sé quién fue el que dijo: “no hay mal sin recompensa”. Después de estos duros meses, el prodigioso organismo de Ángela ha sido capaz de hacer algo maravilloso, y cuándo puso de su parte para reparar los destrozos del atentado, lo hizo…, y mucho más, y lo que antes era imposible, ahora lo es, —durante breves segundos guardó silencio mientras yo, con la mirada perdida en el suelo, refugiada entre sus brazos y ruborizada hasta las orejas, esperaba a que lo anunciara—. Queridos amigos, es para nosotros una enorme alegría, anunciaros, que Ángela esta embarazada y que vamos a ser padres.

Un estruendo de aplausos y vítores se elevó entre los asistentes con evidentes muestras de alegría.

—No me extraña que aplaudáis con lo que nos ha costado, —bromeé bajando el micrófono— y os lo aseguro, no ha sido por no intentarlo… y mucho, —se escuchó una carcajada general mientras José Luis me daba un capón cariñoso.

—Cómo veis no ha cambiado, sigue cómo siempre: payasa hasta el final, ­—cómo respuesta me limité a encogerme de hombros.

La fiesta continuó hasta la madrugada. La noticia tuvo una repercusión enorme, tanto en España cómo en el resto de planeta. En EE. UU. dónde me consideraban uno de los suyos, los canales de televisión, abrieron los informativos con la noticia, al igual que los rotativos más influyentes que me llevaron a primera página.


 

Alba nació casi siete meses después en Villaverde, en un parto por inmersión. La gestación se desarrolló sin el más mínimo problema, e incluso Steeve estaba sorprendido. No quise epidurales, ni utilizar mis facultades mentales para pasar mejor el trance. Quería sentir, vivir el momento más esperado y deseado de mi vida.

En estos meses no me he separado para nada de ella, ni de él: mi felicidad es absoluta. En su capacho, me la llevo a la clínica y paso consulta con ella al lado, a pesar de que eso las alarga mucho, porque todos quieren cogerla en brazos cuándo es posible. A veces, mi hermana se la lleva cuándo ve que la cosa se alarga más allá de lo tolerable. En el laboratorio estamos más tranquilas, allí solo trabajo con mis ayudantes que ya se han habituado a ella. Poco a poco fui reincorporándome a mis actividades normales, pero ya no fue como antes, nada de trabajar diez u once horas en la clínica. Siempre que puedo, la tarde la tengo libre para estar con los dos.


Su llegada nos ha cambiado la vida, y aunque, como a todas las mujeres, mi punto de mira ha cambiado y ella es ahora lo más importante, no dejó de lado a mi único y posible amor: él sigue teniendo un lugar fundamental y privilegiado a mi lado.


 

Una organización política surgió de los restos del 15M. Una organización que llenó de esperanza a varios millones de españoles, pero cómo temía, se empezó a desmoronar cuándo gente formada en la gran organización tradicional comunista irrumpieron en ella y terminaron controlándola, convirtiéndose en la versión 2.0 de la organización tradicional e histórica. La esperanza de mucha gente, poco a poco fue desapareciendo y volvieron a la conclusión de que la izquierda española no tiene remedio. Es parecido a lo que ocurre en el resto del mundo: demasiados gurús, demasiados lideres supremos o amados lideres.

Durante ese proceso se pusieron en contacto con nosotros para que formáramos parte de sus candidaturas. Yo por Madrid y José Luis por Málaga. Desde el primer momento José Luis lo rechazó porque no los consideraba gente de fiar, en especial el amado líder cómo se refería a él. Yo lo pensé un poco más porque me gusta dar una oportunidad a la gente. Me reuní un par de veces con ellos, pero al final me di cuenta de que iban camino a ser más de lo mismo.

 

 

 

Epilogo.

 

Con mi hija en brazos, entré en la plaza de Isabel II por las escalinatas seguida a poca distancia por los escoltas. Me dirigí a la derecha para curiosear en el escaparate de Natura, una tienda que me gusta. Inmediatamente, Kevin, un camarero ecuatoriano de la Taberna Real, se me acercó después de hacer una seña a los escoltas.

—Buenos días doctora, ¿desea sentarse en una mesa?, —me preguntó.

—Sí, sí, Kevin, muchas gracias. He quedado aquí con él.

—Muy bien, ahora mismo preparo la mesa de siempre, —rápidamente lo hizo, casi en la esquina, frente a la parte trasera del Teatro Real. Me senté ante la expectación de los demás clientes y dejé la mochila con las cosas de la niña sobre una de las butacas, algo que mi hombro agradeció. Pedí un café y mientras jugaba con la niña le vi llegar a lo lejos, también por la calle de la Escalinata procedente de la plaza de la Villa dónde sabía que había tenido una reunión. Calvo como siempre, con sus tatuajes visibles en parte por una camiseta de tirantes, y la chaqueta doblada en el brazo con la que sostenía una carpeta. Con todos los años que llevábamos juntos, su visión me sigue dejando sin respiración.

—Mira Alba, ya llega papa, —la dije llamando su atención al tiempo que los turistas de las mesas de al lado se volvían para verle llegar. Balbuceando extendió los bracitos en su dirección y la cogió nada más llegar, nos besó y se sentó.

—¿Qué tal la reunión?

—Cómo suponíamos: mal.

—¿Y eso?

—Todavía no se han enterado de que las cosas están cambiando y quieren estar metiendo la mano hasta el último momento.

—¡Joder!, ¿no se dan cuenta de lo que se les viene encima? El 15M es el principio de una ola que les va a barrer a todos, —todavía tenía ilusiones, pero cómo ya he dicho al poco tiempo se empezaron a disipar.

—Ya, pero parece que les da igual porque creen que esto es pasajero. Lo que me sorprende es que nos lo propongan a nosotros…

—La verdad es que sí.

—… que nunca hemos participado en nada raro con ellos.

—A ver si la gente reacciona de una puta vez, y les manda a la mierda, que es dónde deben de estar.

—Esperemos que sea cómo tú dices, pero en fin, ¿qué tal hoy, que habéis hecho?

—Steeve ya me ha dado los resultados definitivos de la nena.

—¿Y?

—Todo indica que ha heredado mis… peculiaridades.

—¡No jodas! ¿Dos “listas” en casa? ¡Qué horror! —bromeó— no sé si voy a sobrevivir.

—¡Anda, no seas tonto!

—¿Cómo que no? A vuestro lado seguro que lo soy.

—Cuidado que eres bobo.


 

Cuando miro hacia atrás, veo todo lo que me ha ocurrido a lo largo de estos veinte años. Muchas cosas buenas, cosas malas y cosas horribles, pero sé que ha merecido la pena. No puedo desear más, no quiero nada más, solo retener este instante maravilloso: los tres juntos para siempre.



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