domingo, 19 de febrero de 2023

La Atalaya (capitulo 17)

 


En Andújar la sublevación fracasó estrepitosamente, pero la línea de frente quedó establecida muy cerca, en Montoro, a unos treinta y cinco kilómetros. El gobernador civil de Jaén, ordenó, por indicación de Madrid, armar ordenadamente al pueblo. Para evitar roces con los milicianos, la Guardia Civil inició un repliegue paulatino y ordenado hacia Lugar Nuevo y el santuario de la Virgen de la Cabeza, dejando una pequeña guarnición en Andújar, más testimonial que otra cosa. A finales de mes, los fascistas bombardearon el pueblo en un intento de destruir el aeródromo de la localidad. En respuesta, los milicianos empezaron a sacar de sus casas a terratenientes, religiosos y derechistas, fueran o no sospechosos de colaborar con el enemigo.

Ese mismo día, Rafael había estado en la Casa del Pueblo intentando tranquilizar los ánimos que estaban francamente disparados. De regreso al colegio y mientras trabajaba en su despacho, llamaron vigorosamente a la puerta de la calle. Rápidamente, Rafael bajo las escaleras, abrió la puerta y se encontró a don Fidel, el cura párroco de Santa María. Estaba sudoroso y lleno de polvo, evidencia de que había tenido que arrastrarse por el suelo. Pero lo que más sorprendió a Rafael fue que estaba vestido de paisano: nunca le había visto sin el hábito.

—Rafael, ayúdame por favor, han venido a por mí…

—¡Joder! Don Fidel. Pase, pase, que no le vean, —le apremió cuándo se repuso de la sorpresa inicial. A continuación, dio un vistazo rápido a la calle para comprobar que nadie le había visto entrar en su casa.

—Tienes que ayudarme, te lo pido por favor. Me quieren matar…

—¿Y que cojones esperaba? —le espetó bajando la voz—. Estos últimos días ha estado atacando desde el pulpito a los milicianos y apoyando descaradamente a los rebeldes.

—Estoy en mi derecho de decir lo que quiera.

—¿Sí? Vale, pues salga a la puta calle y dígaselo a ellos.

—¡No, no! Por favor te lo pido…, mira Rafael, lo siento…

—Pero ¿por qué no se ha ido con la Guardia Civil cuándo se lo dije?

—No pensé que atreverían, pero sé han llevado a don Jacinto… y a don Anselmo.

—¡No pensé, no pensé! Pues a estás horas estarán muertos. ¿sabe lo que me está pidiendo? Si descubren que le he ayudado, terminaré en la tapia del cementerio con usted. Y posiblemente Nicolasa también. Seria el colmo, con lo bien que se llevan ustedes dos.

—Dios te lo pagara…

—¡No me joda don Fidel! Déjese de dioses: me compromete a mí y a mí familia. Ya ha habido alguna suspicacia porque la familia de un primo lejano, que es cabo de la Guardia Civil en Marmolejo, se ha refugiado en Lugar Nuevo después de que mi primo, no se le haya ocurrido nada mejor que pasarse a los sublevados cerca de Montoro, —en ese momento Rafael no lo sabía, pero finalmente tuvo que desistir y dirigirse también a Lugar Nuevo, dónde llegó unos días después que su familia.

—Pero hijo, no puedes entregarme a…

­—¿Quién le va a entregar? ¡no me joda! Por su mala cabeza, nos puede meter en un lío a todos.

—¿Y que hacemos? Los caminos al santuario están llenos de milicianos.

—Por el momento se quedara aquí. Tengo un cuartucho en el sobrado: es muy caluroso, pero es lo que hay. Ahí no le encontraran. Luego, cuándo se tranquilice el ambiente, ya veré cómo le saco de aquí.

—Gracias hijo, gracias.

—¡Y no se le ocurra asomarse a la ventana! Solo faltaba que le vieran.

—No te preocupes hijo mío.

—Voy a decírselo a Nicolasa, a ver cómo la toreo. Luego le traigo algo de comer. Por fortuna no hay alumnos, la escuela esta vacía.

Don Fidel estuvo oculto en la escuela casi un año. Los acontecimientos posteriores al golpe de estado, no ayudaron a su liberación. Mientras Andújar estuvo del lado de la República, 96 derechistas, propietarios y religiosos fueron fusilados en la tapia del cementerio, y sus propiedades incautadas y colectivizadas. Otros muchos, que tuvieron más suerte (entre ellos muchos gitanos) fueron obligados a trabajar en los campos colectivizados hasta el término de la guerra.


 

Ante el deterioro continuo de la situación, la Guardia civil se replegó definitivamente desde Lugar Nuevo hacia el santuario de la Virgen de la Cabeza que ofrecía mejores posibilidades de defensa. 165 guardias civiles, 50 falangistas y derechistas armados y 1.000 civiles entre los que había muchas mujeres y niños, al mando del capitán Santiago Cortes, se refugiaron tras sus muros el 14 de septiembre. Al principio se intentó negociar con los sitiados, pero fue en vano, lo que provocó un primer bombardeo aéreo, con el resultado de un guardia civil muerto. El día 20, las fuerzas milicianas que convergían sobre el santuario, se enfrentaron con un grupo de guardias que intentaban apresar unas vacas que sorprendentemente habían aparecido por las inmediaciones. En el enfrentamiento resultaron muertos tres guardias, un miliciano y alguna de las vacas.

Durante varios meses las operaciones se sucedieron de manera infructuosa. Los intentos de Queipo de Llano para socorrer a los defensores del santuario desde el frente de Córdoba fracasaron. La República mandó refuerzos a la zona, llegando a operar hasta cuatro brigadas mixtas (16.ª, 82.ª, 91.ª y 115.ª). El 1 de mayo de 1.937, los carros de combate lograron entrar en la zona de las cofradías, seguidos por los efectivos de 16.ª Brigada. Con el capitán Cortes gravemente herido (murió al día siguiente), los defensores se rindieron. Los guardias fueron trasladados a Valencia y encarcelados hasta el final de la guerra. A los civiles se les trasladó al Viso del Marques (Ciudad Real) dónde fueron alojados en el palacio del Marques de Santa Cruz que había sido incautado.

Durante el asedio se produjo el “milagro familiar”. La hija pequeña del cabo, cómo ya he dicho primo lejano de los Morales, sufría de graves ataques de epilepsia. Durante uno de los muchos bombardeos que sufrieron, y mientras estaban refugiadas en la cripta, debajo de un pequeño altar, la niña comenzó a mostrar síntomas de un inminente ataque. La madre y las hermanas de la niña, refugiadas también debajo de la capilla, se pudieron a rezar con fervor pidiendo a la Virgen que parara el ataque epiléptico. No solo no la dio, sino que además nunca más lo padeció. Este es el milagro familiar, que aun hoy se comenta entre los más beatones de la familia.

Durante las operaciones militares, La Atalaya fue arrasada. Su posición elevada la convirtió en ideal para el emplazamiento de la artillería republicana. Mejor suerte corrió Villa Juanita, dónde estaba enterrada Servanda y situada más cerca del santuario. Fue utilizada cómo cuartel general de las fuerzas de la República y eso la salvó, aunque sufrió muchos desperfectos. Por fortuna, Roberto, que también había sido advertido por Rafael y le había hecho caso, pudo salir de Andújar cuándo empezaron los paseos al comienzo de la guerra, y reunirse con su familia en Sevilla para lo que tuvo que correr muchos peligros. Aunque se había disfrazado de jornalero para pasar desapercibido, no hubiera podido explicar a las patrullas milicianas su presencia por los montes en dirección a Cardeña.


 

En Andújar, después de la toma del santuario, la situación estaba tranquila. Rafael tuvo que poner en funcionamiento todas sus influencias para que su primo, el cabo de la guardia civil, no fuera fusilado cuándo le reconocieron. Lo consiguió, y después de curar sus heridas, fue conducido con el resto de prisioneros a la prisión de Valencia. En cuanto a su familia, también consiguió que no se la trasladara con el resto de civiles a Ciudad Real, sino a Jaén dónde su prima tenía familia.

Las gestiones de Rafael a favor de sus familiares, acarreó algunas consecuencias. Algunos compañeros comenzaron a mirarle de reojo, aunque eran más los que lo comprendían. Aun así, tardó tiempo hasta que desapareciera esa espada de Damocles que pendía sobre él y que le ponía en riesgo de que un grupo descontrolado de milicianos le paseara. Eso le ocurrió al marido de Carmela, la hermana mayor de Nicolasa. Había sido vicepresidente de Telefónica en los primeros años de la República, pero cuándo comenzó la guerra ya estaba jubilado. Residía desde hacia muchos años en Madrid, dónde se trasladó por motivos del cargo, y una noche, un grupo de milicianos de la CNT, fue a su casa, lo llevó al cementerio del este, y en una de sus tapias lo fusiló sin importar que fuera afiliado al PSOE y a la UGT desde los tiempos de Pablo Iglesias.

A finales de agosto, un antiguo sirviente de La Atalaya, sacó a don Fidel de la escuela, y por la sierra, tras varios días de agotadora caminata, lograron llegar a las líneas rebeldes en el frente de Córdoba. Rafael y Nicolasa respiraron aliviados. No hubieran podido explicar la presencia del cura oculto en el sobrado de la escuela. Además, Nicolasa no se fiaba de él: sabía que era despreciable y traicionero. A Rafael le pasaba lo mismo, pero no podía entregarlo a los milicianos porque lo matarían en el acto. Los dos estaban seguros de que si les sorprendían, no dudaría en denunciarles para salvar su propio pellejo.  

Las relaciones en el seno de la pareja estaban deterioradas por motivo de la presencia de José en Madrid. Nicolasa, sabía que de haber estado en Andújar, su hijo se habría alistado igualmente y participado en los combates del santuario, pero lo hubiera tenido cerca. Para ella eso era importante. La presencia de don Fidel en la escuela deterioró aun más la relación con su marido. Reconocía la animadversión que profesaba al cura; no le habría entregado a las milicias populares pero tampoco le habría permitido permanecer en la escuela ni un solo segundo. Para ella, la seguridad de los dos hijos que quedaban a su lado era una cuestión sagrada, y Rafael los estaba poniendo en peligro.

Según pasaba el tiempo, estaba más convencida de que la guerra iba a terminar mal, y que ellos, pagarían las consecuencias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario