domingo, 12 de febrero de 2023

La Atalaya (capitulo16)


 

Durante toda la contienda, la vida en Sevilla fue bastante tranquila para la población civil, dentro de lo que era un país en guerra. Los rumores sobre que los mineros regresaban con sus camiones repletos de dinamita se sucedían sin ningún fundamento, posiblemente difundido por el mismo Queipo de Llano para mantener la tensión de la población. Todas las tardes, desde los estudios de Radio Sevilla en la calle González Abreu, el general lanzaba sus famosos alegatos de sangre, terror y odio, y leía el parte de guerra. Lo hizo desde el mismo día 18 de julio, hasta el 1 de septiembre de 1.938. Eran soflamas bravuconas, toscas y enloquecidas, inundadas de un falso, exacerbado e irracional patriotismo.

Dentro de este ambiente crispado, Roberto y su familia sobrevivían con ciertas penurias, pero nada que ver con la situación del resto de la población. A pesar del racionamiento, gracias a su dinero accedían al mercado negro sin dificultad. Además, poco a poco supo crear un círculo de amistades valiosas, gracias a su relación con el brigada que le ayudo a su llegada, que le abrió muchas puertas, y sobre todo a su asistencia diaria a la misa en la capilla de la Piedad. No es que fuera muy creyente, se consideraba una persona normal en ese aspecto, pero se daba cuenta de que en ese ambiente ultracatólico que se respiraba en Sevilla, era lo mejor. A la capilla de la Piedad iban muchos mandos militares del Gobierno Militar y de la Maestranza de Artillería. Allí conoció a José Villa, en aquel año secretario 2.º de la hermandad, y su hija mayor, Rosario, era temporalmente camarera de la virgen, desde que los sublevados se llevaron a la que era titular: su marido estaba afiliado a la CNT. Los dos terminaron en las tapias del cementerio de San Fernando.


 

Cuándo a los pocos días del triunfo del Frente Popular, Roberto mandó a su familia a Sevilla, no fueron solos. Una vez instalados en la casa de la calle Colon, gracias a uno de sus hombres de confianza, fue trasladando una parte importante de sus fondos en pesetas y libras esterlinas, así cómo muchos objetos de valor de oro y plata (el resto se enterró en Villa Juanita). La mayor parte se ocultó en el sótano, en un hoyo grande excavado debajo de la escalera de acceso, que luego se cubrió con muebles y cachivaches.

Para evitar que le estuvieran sableándole a cada momento, difundió el bulo de que casi había salido de Andújar con una mano delante y otra detrás. Aun así, siempre se mostraba dispuesto a colaborar con la hermandad, y eso le labró una aureola de hombre devoto, que lo era, pero no tanto: digamos que no se le iba la vida dentro de una iglesia. Se inscribió en la Hermandad del Baratillo, titular de la capilla y en ella no solo tomó contacto con personas importantes del Gobierno Militar cómo ya he dicho, también de la Falange a los que aborrecía especialmente; pero hizo de tripas corazón, era gente muy influyente en los círculos de poder y en la alta sociedad sevillana, por dónde muchos guapitos de peinado “joseantoniano”, paseaban sus impecables camisas azules. Pero un hecho le granjeó definitivamente el favor y la confianza de todos: la llegada de don Fidel a Sevilla.


 

Desde que llegó a la ciudad creó los cauces para mantener cierto contacto con Rafael en Andújar. Por eso, estaba al tanto de la situación del cura párroco, oculto en la escuela. Cuándo llegó el momento, después de que las cosas se tranquilizaron tras la toma del santuario, personas de confianza enviadas por él, le recogieron en la serranía de Córdoba y le condujeron a Sevilla. Allí fue recibido cómo a un héroe y le abrieron las puertas de par en par. Roberto ya las tenía prácticamente abiertas, pero este hecho eliminó definitivamente cualquier suspicacia que pudiera haber. Lo primero que hicieron nada más encontrarse, fue acordar que nadie podía saber dónde había estado oculto, ni cómo había salido de Andújar. Si se llegara a saber, no solo la vida de Rafael, la de más personas correrían peligro

Don Fidel no perdió el tiempo. Rápidamente comenzó a ascender en las esferas religiosas y beatonas de la sociedad. Le invitaban a las reuniones semanales de esposas de generales, coroneles, jefes de la Falange y terratenientes huidos, a las que se unían también algunas marquesas o condesas, todas refugiadas en la capital fascista del sur. A los pocos meses se convirtió en el confesor de la esposa del general al mando y por lo tanto, su influencia en el gallinero femenino aumentó sustancialmente. 


 

José Villa le caía bien a Roberto. Hombre de carácter y costumbres sobrias, iba siempre al grano sin perderse en florituras dialécticas tan comunes en esos días. Él le presentó a personas claves del Círculo de la Unión Mercantil, una asociación de recreo en dónde se cocinaba la mayor parte de los negocios de Sevilla y de la Andalucía fascista. Cuándo el santuario cayó en Andújar, él ya estaba funcionando comercialmente, eso si, con precauciones para no desvelar el verdadero potencial económico de la familia Iribarren. Pasado cierto tiempo, comenzó a darse cuenta de que, a su pesar, la República no tenía muchas posibilidades de salir victorioso de la terrible prueba a la que le estaba poniendo los rebeldes fascistas. Las potencias europeas, asustadas ante la posibilidad de una próxima guerra mundial por el empuje de Alemania e Italia, rehuían cualquier apoyo practico a la República.

Cómo ya he dicho, con mucha precaución, comenzó a comprar terrenos en los alrededores de Sevilla, cerca del cementerio de San Fernando, tristemente famoso por ser el lugar dónde el general Queipo de Llano, mandaba fusilar a los republicanos, en ocasiones familias enteras incluidos los niños. Algunos historiadores elevan la cifra a 15.000.

Eran terrenos de extrarradio, de poco valor, dónde brotaban pequeñas huertas familiares de subsistencia, generalmente ilegales, que eran toleradas por dos motivos: uno, por el desbarajuste administrativo que corroía la ciudad y que propiciaba la corrupción, y el otro, porque los pequeños excedentes terminaban en el mercado negro dónde las clases más pudientes las adquirían. Con estos hortelanos ilegales, Roberto llegó rápidamente a un fácil acuerdo: les dejaba seguir con su actividad con la condición de que le proveyeran de productos. La producción aumentó ligeramente, y un empleado se pasaba con un carro todas las semanas y hacia la recolección. Una pequeña parte terminaba en la despensa de José Villa, otra parte en la de su casa y el resto se destinaban a pagar la amistad de ciertas personas relevantes de la ciudad.

Cuándo termino la guerra, su familia estaba demasiado asentada en la vida de la capital andaluza cómo para plantearse el regreso inmediato a Andújar. Con el tiempo lo hicieron, pero no antes de reconstruir Villa Juanita, aunque siguió manteniendo la casa de la calle Colón dónde pasaban largas temporadas. No en vano, había que atender las múltiples propiedades que poco a poco, había ido adquiriendo en la capital hispalense gracias al desastre de la guerra.


 

En Madrid, después del asalto al Cuartel de la Montaña, el MAOC ocupó las instalaciones del convento de los Salesianos, dónde creó un centro de instrucción intensiva para preparar a los miles de ciudadanos que rápidamente empezaron a alistarse. Gracias a eso, en los primeros días de agosto ya había 40.000 milicianos que, encuadrados en columnas de 300 combatientes, adoptaban nombres tan elocuentes cómo Lenin, Marx, Maurín, Acero o Comuna de París.

Independientemente, con los efectivos del MAOC se crearon cinco grupos, uno de los cuales fue el 5.º Regimiento, dónde quedó encuadrado José. Casi sin descanso el regimiento se trasladó urgentemente a la zona del Alto de los Leones, para hacer frente a la ofensiva de las fuerzas rebeldes del general Mola. Después de una semana de duros combates, hasta primeros de agosto, el avance rebelde se detuvo y el frente en la zona quedó estabilizado.

Esos primeros meses fueron frenéticos. Desde la sierra, el regimiento fue enviado sucesivamente a Talavera y Toledo, incluso participó en la evacuación del Museo del Prado a Valencia. Después, se le ordenó dirigirse a Alcalá de Henares, dónde a primeros de octubre se integró en la primera gran unidad del nuevo Ejército Popular de la República: la 1.ª Brigada Mixta. El descanso, aunque escaso, le vino bien a José que pudo visitar la cuna de Cervantes y sus monumentos históricos, y principalmente centrarse un poco, después de la vorágine vivida en tan pocos días.

El descanso duró poco, una vez organizada la nueva brigada, a finales de ese mismo mes se trasladó a la zona de Seseña (Toledo) para apoyar el ataque con los nuevos tanques soviéticos T-26. Aunque estos entraron en la población, se vieron aislados: la 1.ª Brigada, no disponía de medios de transporte y no podía avanzar a su ritmo. Finalmente, se decretó la retirada.

Después de este fiasco, la brigada fue enviada a la zona de Vallecas, entonces una población separada de Madrid, para detener el avance fascista en esa zona. Según se iban formando nuevas brigadas, se encuadraban en unidades más potentes, y así, la 1.ª Brigada a primeros de 1.937 pasó a formar parte de la 11.ª División siguiendo a las ordenes de Enrique Líster.

 

 

Constituida la 11.ª División, el 2 de febrero los fascistas iniciaron una ofensiva en la zona del Jarama, en las inmediaciones de Morata de Tajuña, para cortar las comunicaciones republicanas con el este. Las líneas republicanas se vieron forzadas a replegarse desde Ciempozuelos hasta el río dónde plantearon la defensa. En la llamada “Colina del Suicidio”, el batallón británico de las Brigadas Internacionales, fue masacrado totalmente y Líster fue llamado para que acudiera a taponar el hueco. El día 13 sus fuerzas se enfrentaron a las del general fascista Asensio entre la Colina de Suicidio y El Pingarrón deteniendo su avance. Las operaciones finalizaron a finales de febrero sin que los fascistas pudieran alcanzar sus objetivos. Los republicanos, aunque cedieron terreno, se fortificaron y durante el resto de la guerra este sector del frente permaneció activo sin variaciones significativas.


Finalizadas las operaciones en el Jarama, regresaron a Vallecas dónde se reorganizaron, y al poco tiempo, el 6 de julio, entraron en combate en las operaciones en torno a Brunete, a la que sitiaron. Su compañía se atrincheró en el cementerio de la localidad. Después de cavar trincheras y sacar huesos a punta de pala, cualquier temor que José pudiera tener de los muertos, desapareció instantáneamente. Además, cuándo la artillería fascista tiraba, no era raro que restos de cadáveres despedazados y esqueletos desarmados cayeran en el interior de las trincheras. Incluso cuándo abandonaron la posición y se replegaron hacia Quijorna, una noche le toco hacer guardia en el depósito de cadáveres, un granero dónde se amontonaban de cualquier manera, cientos y cientos de cuerpos muchos de ellos despedazados. Después de unos primeros momentos de aprensión en los que no dejó de apunta con el fusil a los cadáveres, terminó quedándose dormido tumbado sobre una mesa manchada de sangre seca: el agotamiento le pudo.


 

De regreso a Vallecas su unidad se tomó un descanso. Pudo hablar por teléfono con su familia que estaba muy preocupada. José nunca les contó la verdad, al menos al principio. Les dijo que estaba en Madrid defendiendo la ciudad, que por otra parte casi era cierto, pero nada de que estaba con Líster.

Durante esos pocos días, en varias ocasiones se acercó en tranvía hasta Madrid, ciudad que cada vez le gustaba más. La defensa a ultranza de sus habitantes: ¡No pasaran!, su espíritu combativo, su alegría de vivir a pesar de las circunstancias, le tenía fascinado. Notaba que podría vivir definitivamente en esta ciudad, pero no se engañaba: primero hay que ganar la guerra, y eso, cada vez estaba más claro que no iba a ser fácil. Con un ejército fascista movilizado, y uno republicano en construcción, la guerra se veía larga y dramática, pero la ilusión y la confianza en la victoria eran muy altas y nadie pensaba en la derrota. Además, a pesar del desapego que normalmente demuestran los jóvenes de su edad, se dio cuenta de que le resultaba muy duro estar separado de sus padres, y sobre todo, de sus hermanos con los que tenía una relación muy especial. Cómo el hablar por teléfono cada vez era más difícil, casi imposible, comenzó a escribir cartas. Nunca antes lo había hecho, y terminó convirtiéndose en una rutina indispensable e imprescindible para él. Más o menos semanalmente escribía dos, una para sus padres y otra para sus hermanos, que enviaba en el mismo sobre. Eran largas y redactadas a trompicones durante varios días. Lo hacía en los periodos de retaguardia o en las trincheras de vanguardia, y eran recibidas con alegría por su familia: eran las únicas noticias que tenían de él.

Nuevamente el descanso en Vallecas duró poco. La división fue movilizada de urgencia para apoyar las operaciones republicanas en la zona de Guadalajara, después de que el Cuerpo de Voluntarios Italianos intentara romper las defensas republicanas para llegar a capital alcarreña y a Madrid. El día 13, la 11.ª División con apoyo de una agrupación de carros de combate, y una brigada internacional, entró en combate en la zona de Brihuega. Lograron parar el avance italiano, que al día siguiente se retiraron para no verse copados. Después de un breve descanso, el Ejército Popular, lanzó una ofensiva general que hizo retroceder a las tropas italianas hasta sus puntos de partida anteriores al comienzo de la batalla. El frente se estabilizó y la división se replegó a Vallecas dónde gozó de relativa calma: las operaciones fascistas, después de los últimos fracasos, se paralizaron en torno a Madrid. Los sublevados trasladaron el grueso de las operaciones a la mitad norte del país.

No hay comentarios:

Publicar un comentario