lunes, 5 de diciembre de 2022

La Atalaya (capitulo 6)

 


La rutina invadió por completo la vida de Rafael. Los estudios le absorbían casi totalmente. No podía permitir, bajo ninguna circunstancia, que la falta de resultados propiciara su regreso a Andújar. Estaba decidido a permanecer lo máximo posible fuera del ambiente rural de su pueblo. Las mañanas y parte de la tarde las pasaba en el colegio, y después, a la biblioteca a estudiar. Eso era prácticamente todo. Tenía una asignación mensual que no era nada del otro mundo, y aunque le permitía vivir sin penurias no le daba para juergas y alegrías. De todas maneras no era aficionado a esas cosas y no echaba de menos cosas que nunca tuvo. 

Acompañaba a Pedro a la Casa del Pueblo. Le gustaba el ambiente de la agrupación socialista, los gremios, los debates, los compañeros, las ideas en general. El partido, a nivel nacional, hacia poco que había comenzado a debatir sobre la conveniencia de provocar acciones más decididas, posiblemente más violentas, cómo se podría interpretar de las palabras de Marx en el último párrafo del Manifiesto Comunista: “Los comunistas, no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran, que sus objetivos sólo pueden alcanzarse, derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen si quieren las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Con ella, los proletarios no tienen nada que perder, sino sus cadenas. Por el contrario, tienen todo un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uniros!”. En definitiva, unos planteamientos mucho más radicales en consonancia con los vientos que venían del norte de Europa y que despreciaban el hecho de que el texto de Marx no fue escrito con la intención de crear una obra inmortal, sino cómo un panfleto circunscrito a la época y al año en el que fue escrito: 1.847. En los prólogos de las ediciones posteriores (1.872 y solo Engels en 1.883) así lo reconocen los propios autores que hablan de la necesidad de una actualización.

Rafael no dudó lo más mínimo en alinearse con la corriente moderada y continuista. Los otros no debatían, aceptaban lo que les venia de los camaradas rusos y alemanes. Y siempre era con violencia, la negociación no existía en su vocabulario, y eso era algo que Rafael, amante del debate, detestaba y nunca iba a aceptar. Al principio, al no estar afiliado, asistía a este proceso como mero observador, pero posteriormente, ya afiliado tomó decididamente partido por la modelación. El partido se fue dividiendo en dos bloques cada vez más irreconciliables, y años después, en 1.920, todo este proceso derivó, como no podía ser de otra manera, en una escisión que conduciría a la creación del Partido Comunista de España. En ese momento Rafael ya no estaba en Granada, había regresado a Andújar dónde llevaba cinco años. 


 

A primeros de 1.912, empezó a coincidir en la Biblioteca Publica, con una muchachita que le resultó familiar. Con el tiempo, y reuniendo la valentía suficiente, se atrevió a intentar entablar una conversación con ella. Un gran logro para él: el mundo femenino le resultaba totalmente desconocido y misterioso. 

—Buenas tardes señorita, —se presentó susurrando para no molestar a los demás. Lo hizo con forzada decisión cuándo por fin se atrevió a acercarse a ella—. ¿Me permite dirigirme a usted?

—Puede usted hacerlo caballero, si así lo desea, —respondió con un evidente toque de coquetería, también en tono bajo.

—He observado que viene por aquí con cierta asiduidad, y la verdad es que me resulta usted familiar, pero no soy capaz de recordar por qué. 

—Es usted muy observador y me entristece mucho que no me recuerde señor Morales, —contestó la desconocida con más coquetería.

La respuesta dejó desconcertado a Rafael. Se quedó como hipnotizado, bloqueado y sin capacidad de razonar: no solo le resultaba familiar, sino que ella le conocía.

—Le ruego que no me haga sufrir por más tiempo, señorita, —y añadió rápidamente sentándose a su lado—: bastante embarazoso me resulta no recordar quien es usted.

Se notaba que estaba disfrutando, sonreía continuamente y miraba a Rafael con una mirada melosa que lo destrozaba.

—Me llamo Nicolasa…

—¿Nicolasa Gil? —la interrumpió casi dando un respingo—. ¿La hija pequeña de Fabián Gil?

—La misma.

—La última vez que la vi, fue hace…

—Seis años.

—Ya no es usted la niña pecosa y dentona de entonces, —respondió sonriendo.

—Ya ve que no. Ni usted usa pantalones cortos.

—Ya lo creo que lo veo, y no, por fortuna hace tiempo que deje de usarlos, —respondió con una valentía que incluso a él mismo sorprendió. Sin duda, la adrenalina hace milagros—. Siempre la veo aquí, en la biblioteca, ¿esta usted estudiando señorita?

—Así es caballero…

—Por favor, llámeme Rafael, —la interrumpió.

—Entonces usted me tendrá que llamar Nicolasa, no señorita.

—Por supuesto, discúlpeme seño… Nicolasa.

—Pues sí, cómo le decía Rafael, estoy estudiando.

—¿Piensa en entrar en la universidad?

—Bueno Rafael, la situación para la mujer no es fácil, pero sí, me gustaría.

—¿Alguna carrera en concreto?

—Cualquier cosa que tenga que ver con la enseñanza.

—¿No me diga? Que casualidad: yo quiero ser maestro.

—Sí que es casualidad, —respondió Nicolasa mientras los de al lado les mandaban guardar silencio. Ella sonreía: se notaba que no la desagradaba su compañía.


 

Los Gil, eran una de las familias más ricas y poderosas de Andújar. No poseían mucho terreno, su finca, irregularmente alargada y situada a los lados de la carretera de Madrid, ni siquiera llegaba a un diez por ciento de La Atalaya, pero poseían dos molinos de aceite que eran los más grandes de la comarca, y unos gigantescos almacenes dónde guardar la mercancía. Su situación estratégica al lado de la carretera y de la estación de ferrocarril, la convertían en un punto clave para la industria aceitera. El patriarca de la familia, Fabián Gil, controlaba no solo la producción, también la distribución gracias a sus contactos comerciales en Jaén, Bailen, Madrid y Barcelona. Siempre se mantenía alejado de la política, una actividad que detestaba profundamente y aunque tenía que relacionarse con esta sociedad agroburguesa, nunca tomaba partido por ningún grupo político o de presión de los que habitualmente lo manejaban todo en la zona. Su condición de “necesario”, económicamente hablando, le colocaba en una posición envidiable para poder navegar, como un ser etéreo e ingrávido, entre las ponzoñosas aguas de la política local, sin duda mucho más peligrosas que la nacional. La Atalaya comercializaba sus productos a través de los Gil desde hacia varias décadas, desde los tiempos de los bisabuelos. La relación era buena entre los patriarcas, pero Fabián Gil no congeniaba con Rafael hijo al que consideraba demasiado “bueno” para los negocios, que no tenía la mala leche necesaria para sobrevivir en este ambiente. Por eso, no le sorprendió cuando abandonó La Atalaya rumbo a Granada para estudiar. Nunca sospecharía la relación que su hija y él emprenderían unos años más tarde.


 

El centro de gravedad en la vida de Rafael, cambió sustancialmente y comenzó a pivotar en torno a Nicolasa. Dejando aparte los estudios, que eran sagrados, Nicolasa pasó a ser su objetivo primordial. Cuando tenía un momento libre procuraba pasarlo con ella, y cuando no podía, pasaba por el partido. Este era un asunto delicado entre los dos, Nicolasa pensaba sobre la política igual que lo hacia su padre: con desprecio. Pronto comprendió que no era posible interponerse entre los dos y decidió, con el acuerdo de Rafael, no inmiscuirse con la condición de no querer saber nada de partidos, políticos o política.

Como ya he dicho, cuando los dos tenían tiempo libre, no se separaban. Merendaban juntos en El Olivar, una chocolatería de ambiente familiar situada en la plaza Nueva y que agradaba especialmente a Nicolasa. Luego, solían pasear por las inmediaciones de la Alhambra cogidos del brazo que era lo máximo que las buenas costumbres de la época permitían, aunque si tenían tiempo suficiente, les gustaba subir por el Albaicín hasta la zona de la plaza de San Nicolás desde dónde había una vista espectacular de la Alhambra. Por lo demás, la vida en la capital seguía fluyendo con una parsimonia absoluta, y unido a la sobriedad del carácter de los dos, la nueva pareja mostraba un aire aburrido. 

Con el cambio de legislación, cuándo termino sus estudios preparatorios, Nicolasa se matriculó inmediatamente, gracias a una real orden de marzo de 1.910, que autorizó “por igual la matrícula de alumnos y alumnas”, poco después de que Emilia Pardo Bazán fuera nombrada consejera de Instrucción Publica. Rafael comenzó a acariciar una posibilidad que antes ni se le habría pasado por la cabeza, una posibilidad que, sin la participación de su padre, seria casi imposible. Pero eso es adelantarme mucho a los acontecimientos. 


 

Su estancia en la universidad coincidió con un evento que marcaría definitivamente el carácter político de Rafael. El 28 de junio de 1.912, Pablo Iglesias visitó Córdoba dentro de una pequeña gira por la provincia en la que visitaría también Peñarroya y Belmez. El partido en Granada, organizó un viaje de afiliados escogidos, entre los que se encontraba Rafael, para conocer al anciano líder. Conectar Granada y Córdoba en esa época, era muy complicado a causa de las obras que se estaban efectuando en el ramal de la línea férrea que conectaba Granada con la línea de Córdoba a Málaga, por lo que se optó por hacerlo alquilando un autobús, un vehículo claramente artesanal propulsado por un motor Hispano-Suiza: dieciocho plazas sentadas y los que pudieran subirse a la baca del techo. Ese viaje no lo olvidará Rafael en toda su vida: casi 170 kilómetros de polvo, calor, mosquitos e insectos de todo tipo, incomodidades sin fin y múltiples paradas para refrigerar el motor. Cuándo el conductor era recriminado por los cada vez más cabreados pasajeros, solo sabía encogerse de hombros. Si hubieran ido en coche de posta, hubieran llegado antes y de una manera más cómoda. Pero valió la pena, el acto se desarrolló en el Centro Obrero de la calle Santa Marta (la Casa del Pueblo no se inauguraría hasta unos años después), y en él habló contra la guerra en Marruecos: abogando por la necesidad de llevar a cabo numerosas reformas en el país más que por emprender esta contienda de la que no se obtendría ningún beneficio. En una reunión posterior, conoció a un hombre honrado, honesto y luchador, que a pesar de sus años seguía manteniendo sus ideas a ultranza. Les habló de tesón en las ideas, y de huir de postulados extremistas y comunistas, que llevarían a Rusia, unos años más tarde, a una dictadura terrible y abominable. En 1.910, fue el primer diputado de izquierdas elegido por votación en unas elecciones libres, si eso era posible en España. En 1.925, murió de una neumonía mal curada, aunque algunos decían que de los disgustos que le daban sus sucesores al frente del partido, principalmente Julián Besteiro, que posteriormente, en los últimos meses de la República, conspiraría con la Quinta Columna de Franco y con el traidor Casado, para derrocar a Negrín en el peor momento de la batalla del Ebro.

Pero nuevamente vuelvo a adelantarme a los acontecimientos.

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